PENSAMIENTOS INTERRUPTUS

La sentencia del juez fue severa, le daba a elegir entre ser idiota, poeta o loco. Eligió las tres cosas y le llamaron profeta.

El emperador ordenó su muerte. El filósofo, estoico, no pestañeó, sonrió, inclinó la cabeza y se abrió las venas. La inmortalidad brotó por ellas.

El lector se transformó en el libro cuando leyó el conjuro de aquel viejo tratado de magia.

Era un amante tan cobarde, que cuando llegó la tormenta de pasiones abrió el paraguas para no mojarse.