Aquella noche, cuando el encargado del club de ajedrez de Moscú dobló
los tableros, guardó las piezas en sus cajitas de madera y apagó la luz,
Carlos Marx sonrió en su tumba de Londres. Al abrigo de la oscuridad
los peones asaltaron el palacio real, el enroque falló cuando la torre y
el alfil huyeron. El monarca sabe que será fusilado y que forzarán la
honradez de la reina, gozando de ella hasta el amanecer
|