Polibio, discípulo de Epicuro de Samos, preguntó al Maestro si Dios existía y Epicuro le respondió:
—Medita, ¿tu comportamiento variaría en razón a la respuesta que des a esa pregunta?
Intrigado por la cuestión el discípulo se hizo zoólatra; no encontrando
espiritualidad en los animales buscó en la androlatría consuelo, pero
los hombres le defraudaron con sus mezquinas pasiones. Visitó iglesias,
ermitas y oratorios... se afeitó la cabeza y se circuncidó el miembro,
ninguna religión confortaba su espíritu atribulado. Entonces Polibio se
dijo: "seré mi propio dios", y se hizo ególatra. Acudió al ágora el día
en que se reúne la Asamblea y clamó instaurar el culto a su persona.
Desterraría a los falsos dioses, a cambio prometió un gobierno justo.
Los atenienses, complacidos, lo condujeron al templo y allí lo
evisceraron, rellenando su cuerpo de hierbas aromáticas. Momificado lo
exhiben junto a otro centenar de dioses. Desde entonces Grecia se
vanagloria de no conocer guerras religiosas ni dogmatismos morales.