Uno de los cuadros más conocidos de René Magritte – Ceci nést une pipe –
nos recuerda que lo que allí contemplamos es únicamente la
representación de una pipa. No he conocido forma más categórica de
mostrarnos la diferencia entre la realidad y los acontecimientos y
personajes de una obra artística, sea pintura, novela o teatro. Platón
calificó de mentira la literatura y
desde entonces cada autor establece con sus lectores un acuerdo tácito,
un contrato vergonzante al que han dado en llamar ficcionalidad. Ambas
partes saben que lo que allí se cuenta no es verdad, pero que tampoco es
mentira. La literatura no es otra cosa que una máscara. Da lo mismo
quien se esconde tras ella, no nos interesa el enmascarado, nos
interesan sus obsesiones convertidas en construcción imaginaria. El
discurso poético suspende la pretensión de decir la verdad, es otro
mundo, otra dimensión, verdad y mentira no tienen sentido. La antigua
cuestión de la estética acerca de cómo trasforman, ocultan o ponen al
descubierto la realidad las artes cobra nuevos matices. La literatura
lleva siglos tratando de defenderse del reproche hecho por Platón al
calificarla de mentira. ¿Y cómo lo ha conseguido? Suspendiendo la
pretensión de decir la verdad, en tanto no se afirme que se dice la
verdad, no hay posibilidad tampoco de mentir. Leemos una historia:
Todos los escritores son pandilleros que gustan enzarzarse en broncas
por un quítame allá esas letras. Son púgiles encerrados en la ring de
las palabras. Uno de esos combates despertó mi curiosidad. En 1985,
durante la reunión del PEN Club en Nueva York, Vargas Llosa llamó a
García Márquez cortesano de Fidel Castro. Estas declaraciones
enfurecieron a Günter Grass, que un año más tarde, en una sesión del PEN
Club en Hamburgo declaró a Vargas Llosa "reiterado mentiroso". Llegada
la noche Vargas Llosa soñó que un ángel tullido, al que faltaba un ala,
sentado a la cabecera de su cama le preguntaba por Günter Grass. La
misma noche Günter Grass soñó que un ángel que exhibía torpemente los
muñones de sus dos alas mutiladas le visitaba en nombre de Vargas Llosa.
En la mañana, al despertar, ambos escritores descubrieron un puñado de
plumas sobre la almohada.
Un texto así trata de mímesis, no de
mimetismo. El lector se asoma como un voyeur al texto, lo que importa
no es lo que se le cuenta, lo que importa es lo que se genera en la
conciencia del lector.