DÍPTICO CON CUERPO DENTRO

Para Gissele Mosto

LA MUJER TEÑIDA

Los caballeros las prefieren rubias, dijo Howard Hawks, ese bastardo que en Hollywood repetía en con sumisión un viejo discurso cultural. El rubio es el signo de la excelencia. ¿Por qué lo rubio es hermoso? En Occidente las mujeres aspiran a ser rubias. El artificio de los tintes permite la veleidad de estos cambios. El deseo está ahí, ardiente, es vano todo intento de desterrarlo, pero, ¿sobre qué objeto se proyecta? ¿Se desgarra sobre una rubia cabellera o simplemente cede a ritos mundanos? Puesto que tengo razones (una, dos, tres mil quizá) para gustarme esto o aquello, por qué he de acomodarme a lo que otros preconizan como hermosura. En belleza cada hombre debe crear su código según convenga a su propia historia. ¿Fue Baudelaire un iluminado cuándo escribe el poema «A una dama criolla»?: «la brune enchanteresse a dans le col des airs noblement maniérés» Besaría el cuello de esa “morena encantadora” que el poeta describe noblemente amanerado. Este proyecto es loco, porque la mujer morena es un imposible. ¿O es que los poetas nos mienten?

«Tiene crecidos cabellos
Y tan bellos
Como finas hebras de oro»

Así describe Juan de la Encina en un poema a su amada. ¿Dónde encontró este diacono una hembra rubia en la España del siglo XV?

«o claros ojos, o cabellos d’oro,
o cuello de marfil, o blanca mano”

Y el que ahora habla es Albiano, rústico pastor, relatando la hermosura de Camila en la Égloga II de Garcilaso de la Vega, lugar por donde merodean venturosos pastores de hablar refinado y cuya moza de corral, en lugar crespo y africano el cabello y la tez morena y curtida por el sol, es blanca como el marfil y rubia como el oro.

«Los cabellos que veían con gran desprecio al oro
como a menor tesoro.
¿Adónde están, adónde el blanco pecho?

El sujeto amoroso de Garcilaso tiene la facultad de oscurecer el oro en su presencia. No se trata de proporcionar una explicación coherente de lo visible, sino de utopías que están a la vez en el lenguaje y fuera de él. Lo que pretenden los poetas es purificar su discurso. ¿Es todo lo que desea el poeta un mechón, una crencha rubia de la amada? Vano afán por alterar la imagen de la mujer latina. ¿O es que el otro se altera si se presta a los juegos imaginativos de aquel que detenta el verbo? Hasta el Marqués de Santillana, don Iñigo López de Mendoza, mitad poeta y mitad guerrero, por querer quiere a sus hijas rubias, cuando describe sus cabellos.

«Rubios, largos, primos, bellos,
según doncellas de estado»

Tanto idealismo rubio debía estrellarse contra la realidad de una mujer de tez oscura y cabello moreno. La fórmula de los poetas es peligrosa, no es un objeto amado idéntico al sujeto que ama, sino esa insuperable fisura que las palabras crean en la realidad, herida por la que se cuelan, simulacro de ídolos, los fantasmas del ideal imaginado. Escribir es conservar la esperanza de transgredir la norma, movimiento mismo de la decepción.

LA MUJER TROCEADA

Juan de la Encina, bachiller en Leyes, describe minuciosamente cada una de las partes del ideal femenino, esa de frente reluciente, orejas bien parejas, pulida y bien medida la nariz, coloradas como rosas las mejillas, rojos como de fino coral los labios y los pechos, ¡ay los pechos!, altos y grandes los pechos y no estrechos, muy blancos. Todo rematado por esos cabellos de fino oro.

Tras teñir de rubio a la mujer amada, los poetas se afanan a trocearla como res en la carnicería. Miguel de Cervantes, o su alter ego Don Quijote, se apresura a describirnos a su amada Dulcinea: “sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve”

También Fernando de Roja en La Celestina coloca el género sobre el mostrador para deleite de los mirones. Nos presenta a su Melibea: “Los ojos verdes rasgados, las pestañas luengas, las cejas delgadas y alzadas, la nariz mediana, la boca pequeña, los dientes menudos y blancos, los labios colorados y grosezuelos, el torno del rostro poco más luengo que redondo, el pecho alto, la redondez y forma de las pequeñas tetas…?”

Tanta anatomía, toda esta chacinería de carniceros, toda esta descripción propia de un libro de ciencias naturales, la amada disgregada, dividida, segmentada, desunida, desarticulada y finalmente ficcionada: cabellos, ojos, labios, frente, orejas, manos, pechos y cada una de estas partes descrita morosamente, son las fantasías de un cirujano poeta.

Es pecado ver el cuerpo desnudo de la amada. Cuando la Iglesia prohíbe desnudar el cuerpo femenino el deseo masculino escudriña por separado cada una de sus partes y luego la imaginación reconstruye el mapa objeto del deseo. Así el poeta no ve a la mujer que tienen a su lado, a la amiga, la compañera, la novia, la esposa, la madre de sus hijos, ven anatomía idealizada.

Francisco Petrarca en su «Rime sparse» nos venda los ojos, nos excluye de la contemplación del cuerpo desnudo de Laura, la desnudez es pecado, pero sin embargo nos permite deleitarnos con la minuciosa descripción de cada una de sus partes anatómicas, cuerpo desprejuiciado, sin inhibiciones ni vedas, cuerpo desnudado, ofrecido en unidades al paladar de los mirones, como los volúmenes de una enciclopedia:

El gesto ardiente nieve, la crin oro,
las cejas ébano, y los ojos soles,
por los que al arco Amor no ha errado el tiro.

La mujer es así desvestida conservando sus ropas, la mirada de Petrarca, antaño idealista, se tiñe de lujuria, se apodera de cada parte de su amada hecha fetiche y se recrea en su contemplación. Escrutar el cuerpo amado, explorar el cuerpo del otro, imaginar lo que no se ve, ver más allá de lo que las vestiduras velan, pero no de un modo realista, ese ha sido el empeño de la poesía amorosa. Despedazamiento del cuerpo femenino para luego reconstruirlo como una letanía. La palabra describe el sujeto amoroso como una pulsión, su presencia en el texto es como un fetiche inalcanzable, lo que se desea se lleva al teatro anatómico de una disección, la pluma es el bisturí. Disección es sensualidad

«La novia desnudada por sus solteros», Marcel Duchamp nos convirtió en máquinas cuando creíamos ser voyeur tensados por la sensualidad del ser contemplado. Nosotros permanecemos célibes, somos los solteros que nunca desnudaron a su novia de cabellos morenos, recatada frente a aquella de cabellos como soles, dientes como perlas, labios como el coral, mejillas como rosas, cuello como alabastro, hetaira.

PALABRAS PARA ANTONIO CISNEROS


Amigo, hoy caminé sobre el mar. Vinieron a la orilla los niños, los perros y los pensionistas, almas culpables de inocencia. Olfateaban el aire, hacían castillos en la arena y me pidieron un milagro para celebrar la eucaristía. Aquella tarde caminaron los involucionistas, se maquillaron los libros de contabilidad y los panes y los peces construyeron un hospital para desahuciados.

Los milagros son contrarrevolucionarios, gritaban los guerrilleros en la sierra y los sindicalistas en las fábricas
Los milagros son peligrosos, repetían los manes de la bolsa, los profetas del librecambio y el Papa que vive en Roma.

Un oso hormiguero es un ejercicio de antropología o un himno al trabajo, en la tarde entona un canto ceremonial para los pobres de la tierra, para los que se visten con hambre y almuerzan desamor. Un oso hormiguero es la esperanza de los hombres, alimentándose de nada y engordando de presunción. Cazar un oso hormiguero es un ejercicio de vanidad, gime y os puedo jurar que he visto una lágrima temblar en sus ojos. Sus ojos iguales a los nuestros, su panza como la nuestra, atravesada por la angustia de la vida.

Fue en Lima, Perú, hace ya muchos años. Los hombres buscaban la ballena por las calles, en los merenderos, a la sombra fresca de los parques, en el agua mansa de las fuentes. Querían repetir el mito de Jonás y los desalienados, habitar el vientre tibio del cetáceo, allí, en las vísceras, construir un hogar y habitarlo con sus hijos, con su esposa y todos sus abuelos. Los poderosos de la tierra les gritaban que volviesen, pero ellos querían acomodarse en el vientre blando y apestoso de la ballena. Ayer caminé sobre el mar, amigo, y estaba solo. Vino a verme Moby Dick y Melville me preguntó por ti.