La 3ª muerte de Casimiro Ventura

“Esta carta es la única sincera de las cientos de miles que he escrito en estos años. Es una extensión de mi cuerpo, puede que mi alma haya chorreado la tinta de sus renglones. Hay quien lee para matar el tiempo, la lectura de esta carta te matará”. Casimiro Ventura era aficionado a estos retruécanos literarios y no me sorprendió recibir aquella misiva de tintes tragicómicos. Hacía días que andaba por todas partes repitiendo esa cantinela de la obra de arte capaz de atravesar el corazón como una daga. La raíz cuadrada de la soledad le atenazaba. La suya es la historia de un hombre al que yo definiría como un escribidor, no necesariamente un escritor, no necesariamente alguien que escribe, simplemente alguien que justifica su vida intentado escribir. Todos sus amigos habíamos recibido cartas como aquella. Ningún proceso anormal se desarrollaba en su cerebro, ninguna perturbación psicológica, sin embargo sus palabras eran cada vez más hirientes, cortaban como estiletes. Todo se precipitó cuando presentó su epistolario al premio Planeta. Esperaba impaciente por conocer la suerte de su manuscrito. Aquel año se anuló el premio. Los miembros del jurado fueron encontrados muertos, entre las manos un manojo de cartas. Por fin había triunfado su literatura. Me dio tanto fastidio que lo tuve que matar, confesé a la policía cuando vinieron a detenerme.

La 2ª muerte de Casimiro Ventura

Aún no logro comprender como acabé en aquella sala del tanatorio de Carabanchel, recibiendo pésames por alguien que me era casi desconocido. Apenas hacía una semana que Casimiro Ventura había regresado de París y lo primero que hizo fue acudir a mi despacho de agente literario con un manuscrito que, según sus palabras, travestía el género policiaco. “Léelo en cuando puedas, maestro”, me dijo y se despidió entre elogios y parabienes. Unos días más tarde, estando en cama por una gripe inoportuna y no teniendo nada mejor que hacer, me acordé del manuscrito. Era un texto perfecto, cargado de fuerza y creatividad. Me sentí invadido por la envidia y me sorprendió la madrugada con el texto entre las manos. Tomé una decisión drástica. “Van a llevarse el ataúd a la incineradora” –  me dijo alguien. Era el momento de la última despedida. Me aproximé al ataúd y pude escuchar un repiqueteo en la madera apenas perceptible. Agradecí desconocer el código morse. En la calle me esperaban los periodistas. Mi novela acaba de ser galardonada con el Gran Premio de literatura policiaca. Según la crítica ha travestido el género.

La 1ª muerte de Casimiro Ventura

  

 Casimiro Ventura trajo a nuestro encuentro un curioso bastón de madera de ébano, que tenía una empuñadura de plata esculpida con un ángel caído, y me dijo que aquel bastón, digno de un coleccionista, había servido una vez para matar a un personaje notable. No le quise preguntar quién era el muerto y el pareció sentirse aliviado.

De pie, en la barra de aquel chiringuito del paseo de Recoletos, tenía Ventura mirada de pronóstico reservado. Las botellas de cerveza no mostraban ningún deseo de ser recambiadas y mi confianza en que pagase una segunda ronda comenzaba a desvanecerse. Ventura me sujetó del brazo y se inclinó para susurrarme al oído. “¿Ves a esa mujer tras el mostrador vestida de camarera?, se parece a Dorian Grey” “No es posible, porque tras el mostrador no hay ninguna mujer”, le dije. “Además, esa camarera, en caso de que exista, en nada se parece a Dorian Grey. Es Dorian Grey quien se asemeja a ese camarera”, añadí para corroborar mi convicción de que veía fantasmas.

Me cuenta Ventura, mientras se acaba su cerveza y busca con la mirada a la camarera que no es camarera, - por un momento temo que aparezca Oscar Wilde -, que el bastón estaba hundido en el cráneo del muerto, pero que alguien, viendo el valor de la pieza lo había tomado antes de que llegara la policía y lo había llevado a un tugurio de empeños de la calle Leganitos. “Allí lo encontré yo y supe inmediatamente que su poseedor gozaría de la eternidad”, me dice. “¿Quién era ese personaje notable a quien el bastón alejó de este mundo?”, ahora sí, le pregunté, interesándome por la historia. “Casimiro Ventura”, fue su respuesta. No necesitaba saber más. Tomé el bastón de encima del mostrador y hundí la empuñadura su cráneo. Cuando llegó la policía tuve que confesar la verdad. Casimiro Ventura se había suicidado.