A finales del año 323 a. de C. Ptolomeo instaló su corte en la ciudad
de Alejandría. Orgulloso de los pergaminos que atesoraba la biblioteca
ordenó a sus alquimistas crear un perfume que contuviese la sabiduría de
todos los libros. Encargo más sencillo que buscar el oro alquímico,
comenzaron con celo la labor. Calcinaron libros, trituraron sus cenizas y
las maceraron. Con alambiques
destilaron las esencias, concentrando en unas gotas de aceite todo el
saber de la humanidad. Cuando el pavoroso incendio arrasó la biblioteca,
un hombre salvó la redoma que contenía el preciado perfume. Desde hace
dos mil años recorre el mundo. El viento que le empuja parece haber sido
convocado por los mismos dioses. Protege la sabiduría de la avaricia de
reyes y sumos sacerdotes, quienes conocedores de que la ignorancia hace
esclavos quieren secuestrarla.
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