Jacques Vaché inventa(ria)do por André Breton


 
Por encima de toda esta vida vuela irremediablemente el hastío,
el hastío con su pico, garras y alas.
“Jacques Vache” por LUIS CERNUDA



Uno de los cuadros más conocidos de René Magritte – Ceci nést une pipe – nos recuerda que lo que allí contemplamos es únicamente la representación de una pipa. No he conocido forma más categórica de mostrarnos la diferencia entre la realidad y los acontecimientos y personajes de una obra artística, sea pintura, novela o teatro. Platón calificó de mentira la literatura y desde entonces cada autor establece con sus lectores un acuerdo tácito, un contrato vergonzante al que han dado en llamar ficcionalidad. Ambas partes saben que lo que allí se cuenta no es verdad, pero que tampoco es mentira. La literatura no es otra cosa que una máscara. Da lo mismo quien se esconde tras ella, no nos interesa el enmascarado, nos interesan sus obsesiones convertidas en construcción imaginaria. El discurso poético suspende la pretensión de decir la verdad, es otro mundo, otra dimensión, verdad y mentira no tienen sentido en él, salvo para un hombre: Jacques Vache , cuyas Cartas de guerra son tanto un “yo” ficticio como un “yo” real.

Aquella mañana de agosto no quise salir de la sala. Es una habitación pequeña, oscurecida por las contraventanas entornadas, que se ha convertido en el refugio de mi espíritu acogotado y a un tiempo mi dormitorio, cocina y retrete. Allí tengo mis objetos más valiosos. Sobre un aparador un jarrón de cristal contiene dos rizos de cabello atados con cintas de raso, testimonio de cada uno de los cumpleaños compartidos con Rosa de Jaén, la cantante española con la que mantuve mi segundo matrimonio virgen. A su lado, en una cajita de palisandro tallado guardo las uñas de mi padre. Cuando murió, fue vaciado siguiendo la técnica descrita por Heródoto, se le extrajo bofe y bandujo y se rellenó con vino y semillas aromáticas, de modo que parecía un gran pavo abarrotado de castañas. Coloqué la momia delicadamente sobre su cama, hacía pensar en una libación demasiado copiosa. Desde el fallecimiento nada perturbó mi calma, salvo las uñas paternas. A los pocos días me percaté de que habían crecido. Me apresuré a practicar la manicura, que dominaba desde que trabajé en las Divisiones Suicidas Belgas clavando estaquillas de bambú bajo las uñas de los detenidos reacios a colaborar. Corté el exceso, limé las puntas y limpié las cutículas. Una semana más tarde las uñas volvían a estar impresentables. Durante meses corté y guardé en la cajita las rebeldes excrecencias paternas, pero al borde de un ataque de nervios, acabé trasladando el muerto al desván. Ese día apareció Breton. Desde entonces no me atrevo a salir del aposento. Fuera, en algún lugar de la casa, está Breton, el surrealista que gobierna los relámpagos, los truenos y la locura. A ratos oigo sus pasos, luego el silencio, una carcajada, un pedo.

Mientras contemplo una cucaracha que se escabulle por una grieta del pavimento pienso que los momentos más importantes de mi vida los tuve como observador.  En la vida los sentimientos llegan por sí mismos, contra nuestra voluntad. Nuestra voluntad da nacimiento a la acción dirigida a la satisfacción de un deseo. Si logramos satisfacerlo, un sentimiento nace de forma espontánea. Pero un sentimiento — deseo, odio, amor — sólo es consciente en la medida en que encuentra el medio de definir su objeto.

MIS CONTRADICCIONES

Hedonista

Doy satisfacción a mis impulsos siguiendo el ejemplo de Dionisio en Las Bacantes, que privando de razón a las mujeres de Tebas, las sume en un estado de enajenación mística contra su voluntad: “Yo las he aguijoneado fuera de su casa, enloquecidas y con la mente enajenada habitan en el monte, las he obligado a llevar el atavío de mis orgías” (Esquilo) ¿Voy a ser más pundonoroso que un dios? ¿Voy a comedir mi lenguaje y a mesurar la ordinariez de mis gestos?

Estoico

En la doctrina estoica el varón virtuoso, que es el hombre sabio, debe mostrarse desprovisto de pasiones. Me desarraigo, rompo las ataduras terrenales, pensamientos débiles, deseos débiles, tan humanos que los rechazo. Aspiro a ser penetrado por el demiurgo, materia informe y caos del que se nutre la poesía. Ser la novia en su noche de bodas, que embargada por el deseo del universo se siente objeto del amor, receptáculo de amor, y quiere gritar en la agonía interminable de su copula con la divinidad.

Místico

El místico es un ebrio, un borracho de fe, yo soy un místico de la poesía. En la noche escucho la carcajada del mundo y tiemblo, desnudo y hermoso anhelo ser poseído por ella. El dominio de las pasiones por la vía purgativa de la ascética, acercarse a la santidad. Quiero que los demás perciban mi “olor a santidad”, transpiración corporal intensificada por la abstinencia.

Castigué mi cuerpo con cilicios y disciplinas, mortifiqué mi carne, apetecía ser sodomizado por el Arte, ofrecido a Él como Abraham en el pelado monte ofreció de victima a su hijo. Tender mi cuerpo sobre la pira, dejar que el brillo del acero cumpla con su rito. “Un ser sólo es vulnerable en el punto en que sucumbe, una mujer bajo la ropa, un dios en la garganta del animal sacrificado” (Bataille). Me siento como una herida abierta de la que mana sangre, hago un extraño ruido al respirar, mi garganta ha sido seccionada, soy la víctima entregada a un dios fanático. Me he arrancado la máscara, ya no soy persona, soy el cordero que bala en agonía. El arte habita en mí, es la ignorancia amada. 

André Breton es un pobre idiota.

Amor, ya te avisaré cuando hagas falta… convicción de que soy un hombre capaz de todas las bajezas. Ponerse así, a cuatro patas, es una cosa transcendental.

Apocalipsis urbano, de Metrópolis a Acrópolis




Hipodamo de Mileto fue el primer urbanita de la historia, el primer hombre que soñó recuperar en la polis el paraíso perdido. Para este griego el universo tiene su reflejo en lo urbano, el día y la noche, el sol, la luna y los planetas, todo lo grande y lo chico caben en la ciudad. Hipodamo realizó el primer planteamiento urbanístico de la historia, concibió las calles que se cruzan en ángulo recto, las manzanas rectangulares, la morfología urbana. Con el tiempo la ciudad llegó a ser un laberinto mágico y mítico. Ciudades reales y ciudades literarias. La ciudad sobre la que se interroga Geroge Perec en Especies de espacios: “Una ciudad: piedra, cemento, asfalto. Desconocidos, monumentos, instituciones. Megalópolis. Ciudades tentaculares. Arterias. Muchedumbres. ¿Hormigueros? ¿Qué es el corazón de una ciudad? ¿El alma de una ciudad? ”

La ciudad en construcción simbólica, la que habitamos y la que soñamos, la sensual y la literaria. En algunos momento de la historia este sueño se ha quebrado, la ciudad se hizo perturbadora y no existe ninguna novelación utópica que no haya situado su sociedad ideal en comunión con la naturaleza. Quizás porque las utopías surgen en momentos de profunda crisis social. El norteamericano Henry David Thoreau, en 1854, conmocionado por la guerra de su país contra Méjico escribió Walden. Este hombre, pionero en la desobediencia civil, narra la vida en un bosque alejado de la civilización. La novela más popular de Aldous Huxley, Un mundo feliz, fue escrita en 1932 como consecuencia del gran crak que sobrevino tras la Primera Guerra Mundial. Y la Segunda Guerra Mundial alumbró 1984 de Orwel y Walden Dos del psicólogo B.F. Skinner. Comunión con la naturaleza porque las utopías, siendo emplazamientos sin lugar real, mantienen con el espacio real de la sociedad una relación general de analogía como nos enseñó Michel Foucault (De los espacios otros). Thoreau, un filósofo que siente la naturaleza como una experiencia vital; Skinner, un científico de la conducta humana y Huxley, un humanista, necesitan alejarse de la ciudad para construir la sociedad en armonía con la naturaleza. La ciudad es demasiado perturbadora. Pero nosotros buscamos la Metrópolis de Fritz Lang o las calles de Los Ángeles en Blade Runner, no la ciudad-estado de Platón en La República y menos La ciudad de Dios que imaginara San Agustín. Queremos ser habitantes de una ciudad como Estridentópolis, multitudinaria, absurda y estridente en aquella percepción letrada de los estridentistas mexicanos liderados por Manuel Maples Arce o viajeros en cualquiera de Las Ciudades invisibles que ideó Italo Calvino y, por qué no, en una ciudad continua, uniforme que va cubriendo el mundo, megápolis constituida por infinidad de micrópolis conectadas por autovías virtuales.

“Ya no hay plazas en las que convergen las calles,
Ya no hay calles empedradas que relucen bajo la lluvia,
Ya no hay jardines delante de las casas,
Ni setos de espino blanco que las separen,
Ya no hay casas con tejas de color naranja,
Ya no hay chimeneas que humean de otoño a primavera,
Ya no hay vecinos,
Ya no hay aceras”
Ciudades imaginarias © JEAN-LUC OUTERS

Ciudad espacio, espacios habitados por cuerpos. Texturas, red por la que los cuerpos se desplazan. La naturaleza que podemos ranaturalizar o desnaturalizar es la ciudad que podemos construir o descontruir, el cuerpo que podemos lacerar, aniquilar o regenerar. Metrópolis, necrópolis, ciudad de vivos, ciudad de los muertos. La muerte es el destierro de la ciudad a esa otra ciudad extramuros. Cuerpos urbanos que no desean sino la belleza y la juventud eterna. Una estética del desvestimiento, cuerpo vacío, obsceno, cuerpo muerto. La necrópolis es la ciudad que no queremos habitar. Allí se está solo, alejado, no de los otros, sino de sí mismo. Suprimir, exorcizar, matar la muerte.

Un hombre gris avanza por la calle de niebla;
No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío
© LUIS CERNUDA

Literatura Especular

“Los espejos y la paternidad son abominables porque multiplican el número de los hombres” es cita de Borges o dicho de otro modo: la mímesis es abominable. Si desde la impostura no podemos imitar a la naturaleza, nos queda la posibilidad de una ‘mímesis ficcionada’, la intertextualidad, el juego de las referencias literarias, esa red de relaciones ocultas que refieren unos textos a otros anteriores y éstos a su vez a otros, texto de un texto de un texto... El poeta Masoliver Ródenas dijo que “un texto sólo tiene interés si detrás o debajo o donde sea hay otro texto, y debajo otro texto, y otro texto. Mejor es el texto inicial, más textos revelará” (Retiro lo escrito) y Genette es aún más tajante: “...la utopía borgiana de una literatura en transfusión permanente -percusión transtextual- constantemente presente en su totalidad y como Totalidad, en la que todos los autores no son más que uno, y en la que todos los libros son un vasto Libro, un solo Libro infinito. La hipertextualidad no es más que uno de los nombres de esta incesante circulación de los textos sin la que la literatura no valdría ni una hora de pena”. (Palimpsestos)

Eduardo Berti con la novela "Todos los Funes", se plantea encarnar la máxima borgiana: “Para uno de esos gnósticos, el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables porque lo multiplican y lo divulgan” (Tlön, Uqbar, Orbis Tertius). Comenta Berti que el disparador de su novela fue la lectura de un comentario de Cortázar. Preguntado por la razón de que hubiese bautizado a varios personajes de libros diferentes con el nombre de Funes, contestó que la recurrencia estuvo motivada por un simple olvido. Olvidar, dejar de tener algo presente en la memoria, contrarréplica del más famoso de los Funes, aquel Funes el memorioso, de Jorge Luis Borges, que “Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho”

Jean Yves Funès, hijo de una francesa y de un tanguero argentino, acude a Lyon para participar en un congreso de literatura organizado por Michel Nazaire, un antiguo compañero de cátedra. En la ciudad francesa se verá obligado a aceptar que la suya es una existencia construida sobre la impostura, una impostura que empieza por su propio nombre. “(…) el apellido de mi padre era Funes (...) pero él no fue a anotarme al registro cuando yo vine al mundo, sino que lo hizo mi abuela materna, la francesa (...) y por más que mi padre deseaba bautizarme Juan Carlos Funes o Juan Alberto Funes, o algo por el estilo, ella me puso Jean Yves, en homenaje a su difunto esposo (...) y allí mismo alguien, a lo mejor mi abuela o con seguridad el empleado del registro civil, le adosó a mi apellido ibérico ese acento, por excelencia francés” Este falso Funes, haciendo cierto aquello de que somos el nombre que nos nombra, descubrirá que tampoco es medio argentino. Poco antes de morir su madre le confiesa que su padre verdadero fue un español llamado Villarreal. “Que me había engendrado a espaldas de Funes (...) Que siete meses después de mi nacimiento, tras una feroz disputa, ella le había contado a Funes que yo era hijo de Villarreal. Que al saber esto Funes se había enfurecido y tomado el primer barco que zarpaba para Sudamérica”

Tanta impostura se cobrará su precio cuando conozca a Marie-Hélène, la que será su mujer. La falsedad actúa como un esterilizador del intelecto en Funès y posiblemente también en el plano biológico; el matrimonio no tiene hijos. Ella, una estudiante veinte años más joven que él, optó por los estudios que Jean Yves Funès impartía subyugada por el peso literario de su apellido. “Conocía el cuento de Borges, aunque no frase por frase como yo, y le había tentado la perspectiva, fueron sus palabras, de tener como profesor a una especie de pariente de aquel hombre tan memorioso” Su falso apellido se convierte en el eje fundamental de la relación con Marie-Hélène. Al poco de casados Marie-Hélène le propone escribir un libro donde mostrar las correspondencias ocultas, la corriente subterránea, que relaciona a todos los Funes de la literatura. Desde ese momento sabe que nunca confesará a la mujer que ama la impostura de su apellido. Ella muere creyendo que ha compartido su vida con un verdadero Funes.

“Los espejos y la paternidad son abominables”, o dicho de otro modo: la mímesis es abominable. Si desde la impostura no podemos imitar a la naturaleza, nos queda la posibilidad de una ‘mímesis ficcionada’, la intertextualidad, el juego de las referencias literarias, esa red de relaciones ocultas que refieren unos textos a otros anteriores y éstos a su vez a otros, texto de un texto de un texto... Todos los Funes no admite una lectura unívoca, unidireccional, logocéntrica, canónica y platónica. Berti exige una lectura que actualiza un texto hecho de literatura de la literatura. Y entonces en la novela se corporeizan todos los Funes, los varios de Cortázar, el de Quiroga, el de Borges, el de Roa Bastos, el de Bioy Casares, y toman la forma física de un médico, un editor, un abogado especialista en plagios, cuyos rostros son alarmantemente parecidos. La novela se hace mosaico especular de El pájaro mosca de Roa Bastos, de La meningitis y la sombra de Quiroga o las Noticias de los Funes de Cortazar, relato en los que dos personajes secundarios, Nazaire y Wilkinson, profesores de literatura latinoamericana, investigan la recurrencia del apellido Funes.

Como hipotexto a la novela de Berti muy probablemente esté el oratorio de Humberto Costantini, "Háblame de Funes" o la película de Raúl de la Torre, "Funes, un gran amor", las vivencias del pianista de una orquestita de tango en un salón de baile y prostitución. Refiriéndose a su novela ha afirmado Berti que Todos los Funes hunde sus raíces en la literatura que se mira a sí misma para hacer literatura.

El libro Todos los Funes que nunca llegaron a escribir Jean Yves y Marie-Hélène encuentra su reflejo en el libro Todos los Funes escrito por Michel Nazaire, el profesor de literatura amigo de Funés y organizador del congreso literario. “... le mostró un libro que proclamaba en su cubierta Todos los Funes y más arriba, en minúsculas, llevaba el nombre de Machel Nazaire. Funès tragó en seco y le arrebató el libro. Luego se sentó en la cama y se puso a hojearlo: era el libro que él y Marie-Hélène nunca habían escrito, pero lo desconcertante no era eso, era que en las últimas páginas se leía "impreso en febrero de 2010" y más aún, que en la primera había una dedicatoria: "A la memoria de Jean Yves Funès”

La novela de Berti nace de la afirmación y negación simultánea de todos los Funes literarios, es texto construido como absorción y transformación de otros textos, mosaico especular. Estos Funes latinoamericanos me han recordado a los Fabios castellanos, nombre usado reiteradamente por los escritores hispanos de los siglos XVI y XVII tanto poetas como prosistas. Fabio es la encarnación de los más variados personajes y, en muchas ocasiones, incluso encarnación del ‘Yo poético’ del artista.

Lope de Vega dice que ‘son muchos los Fabios que aman a Lucinda’ y Fabio participa en sus Novelas a Marcia Leonarda. María de Zayas, protofeminista en aquel lejano S. XVII saca a Fabio en sus Desengaños amorosos y Quevedo retrata a Fabio llorando la ausencia de Belisa:

me llamares, iré gozoso a verte,
y Fabio gozará en tu paraíso.

También a Fabio se refiere Lupercio Leonardo de Argensola en varios de sus sonetos:

Y Fabio, en el umbral de Tais tendido,
con vergonzosas lágrimas lo baña
debiéndolas al tiempo que ha perdido.

Y sor Juana Inés de la Cruz:

Pues estoy condenada
Fabio a la muerte, por decreto tuyo,
y la sentencia airada
ni la apelo, resisto ni la huyo.

Pero sin duda el Fabio más conocido sea el de La epístola moral a Fabio de Andrés Fernández de Andrada:

Fabio, las esperanzas cortesanas
prisiones son do el ambicioso muere
y donde al más activo nacen canas.

Fabios y Funes o Funes y Fabios son flechas orientadas hacia un corpus literario anterior, bisagra que sirve de engarce entre textos de autores diferentes. Mediante una absorción y transformación de otros textos, de los que a la vez es relectura, acentuación, desplazamiento, haciendo cierto aquello de Bajtin de que ‘todo texto vale lo que vale su acción integradora y destructora de otros textos anteriores’. De esto sabía mucho Borges, él nos probó cómo lo esencial del arte es su carácter de artificio. Cuando Pierre Menard en el cuento de Borges acomete la ímproba tarea de escribir el Quijote, no el de Cervantes, sino un Quijote propio que coincidirá en todo con el de Cervantes, está poniendo en juego esa labor de construcción y destrucción: “No quería componer otro Quijote -lo cual es fácil- sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una trascripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran palabra por palabra y línea por línea con las de Miguel de Cervantes”

Ficción, literatura se reproducen en los espejos. Escribo que escribo, metaliteratura, un tejido de citas solapadas, enmascaradas, que recogen gestos anteriores de otros escritores, literatura reflejada sobre sí misma, que quizá existe porque, como dice Jean Yves Funès citando a Roa Bastos, ’El azar no existe, el azar está porque existe el olvido’.

Grafías sobre la pielde Sarduy


En los teatros del barrio chino, en los papiros del diario Granma, en la biblioteca José Martí se aprestan los escribas a trazar los signos de la obediencia, dictados del orden alfabético sobre la hoja en blanco. Enfrente un hombre tatúa su cuerpo con la afilada punta de una plumilla, su cuerpo relato travestido a la literatura, fetiche de lo que se muestra y lo que se oculta, metamorfosis del escritor transfigurado en texto literario.

Hicieron de nosotros cuerpos convertidos en proletarios del capitalismo, cuerpos glorificados como templo de Dios, cuerpos stajanovistas al servicio de la revolución… hicieron de nosotros cuerpos privados de su lenguaje natural: el gozo. Somos zombis en una novela que ya nadie escribirá. El visitante es el muerto. El conjunto de textos que componen “Escrito sobre un cuerpo” de Severo Sarduy es una fascinante invitación a reconocer la literatura como un arte del tatuaje que establece una relación de semejanza entre el corpus literario y el cuerpo humano, entre la piel y la página en blanco. Si toda literatura busca seducirnos mediante recursos estilísticos, los goces del lenguaje son la metapoética del erotismo.

En su obra el texto es un cuerpo deseante, en la idea que expresa Roland Barthes en “El placer del texto”. La página en blanco es el desnudo cuerpo virginal en el que la pluma abrirá una herida. El tigre tatúa con sus zarpas la piel de un joven sudoroso, salta la sangre como un chorro de tinta que dibuja corcheas de una música intransitable. Estamos entrando “en el paraíso de las palabras”, la utopía del lenguaje. No se puede matar el lenguaje, ni la ley ni el cuchillo acaban con él. La escritura es un arte del tatuaje y el tatuaje el arte del simulacro, de lo que oculta la piel bajo los grafos de la tinta. En “Del rigor de las ciencias” Borges nos enseña como lo que se simula no es pero se parece a lo que es cuando la geografía se cubre con un mapa que la sustituye: “...En aquel imperio, el Arte de la Cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba todo una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia” La cartografía del texto literario se superpone sobre la vida real, la escritura es el hiyab o el burka que cubren el rostro de la rebeldía, prótesis, máquina tal vez deseantes, pero los policías de las bibliotecas se deslizan rápidos entre los anaqueles para ordenar el caos. La cultura del aerobic y la letrina no soporta una escritura que metaboliza el orden para parir el monstruo, el mutante, porque una de las tareas más fatigosas de la cultura oficial ha sido mantener los géneros literarios que Sarduy aniquila. El monstruo es un problema para la humanidad o como escribió el poeta: “Cuerpo con cuerpo: las pieles se aproximan y se alejan entre espejos que reflejan su deseo. No develes la imagen -esos laureles fenecen-; no te aconsejo confiar en ese reflejo, porque ese doble perverso te revelará el reverso: hueso con hueso, pellejo”