Las bellas palabras


E
l teatro no es vida, es ritual y el rito posee una función esencialmente catártica, nos otorga la posibilidad de purgar nuestros impulsos irracionales. Nada está más cerca del teatro que Dionisos, dios del goce, desbaratador de lo apolíneo y mejor expresión del conflicto trágico que provoca la fractura entre el mundo de los hombres y el de los dioses. La credibilidad del teatro nace de su propia dificultad para ser creído, es la paradoja que Peter Brook expresa mediante la idea de la holografía, una imagen plana con apariencia de relieve por entrecruzamiento de la luz. La analogía entre la vida del hombre y la obra de teatro es sólo un mito romántico (la vida es un drama) pasada por las cocinas de la cultura burguesa de finales del S. XIX.


El teatro como comunicación lingüística y mimética proviene de Aristóteles y ha tenido un peso tan nefando sobre lo teatral que en las preceptivas imperantes durante siglos se le ha dado al habla la prioridad sobre los otros elementos confluyentes en lo teatral hasta el punto de que fueron subordinados por la lengua. Happening, Living Teatro, Performance, Colage, representaciones estéticas artísticas lúdicas donde todos los elementos son jerárquicamente iguales, ellos están más próximos al hecho teatral que todo el maldito teatro de Tennesse Williams.

El hombre actual experimenta la necesidad de crear teatro por la posibilidad que le brinda de interacción de gestualidad, dramaticidad, ritualidad y no por la calidad del texto literario que es lo mismo que decir las bellas palabras.

JUNTO A MÍ, EL DIOS-PERRO

© Antonin Artaud

Junto a mí, el dios-perro, y su lengua
atravesando como una flecha la costra
del doble cráneo abovedado
de la tierra que lo escuece.

He aquí el triángulo de agua
caminando con su paso de chinche,
pero que bajo la chinche ardiente
se da vuelta como un cuchillo.

Bajo los senos de la tierra odiosa
la perra-dios se ha retirado,
senos de tierra y de agua helada
que hacen pudrir su lengua hueca.

He aquí la virgen-del-martillo,
para moler los sótanos de tierra
cuyo horrible nivel el cráneo
del perro estelar siente subir.

Un poeta sin nombre


Heidegger limitó a tres los peligros que acechan el pensamiento. 1.- El saludable es el cantar del poeta 2.- El moralmente malo es el pensamiento en sí mismo 3.- El peor es el filosofar La palabra poética no es palabrería, juego placentero, sonido armónico, es ante todo experiencia individual vertida en el cántaro de lo colectivo. Es la poesía expresión del pensamiento, la más pura, de lo que son el hombre y las cosas. En la España de 1947 apareció publicado en los talleres clandestinos de la Unión de Estudiantes un libro de poemas titulado «Pueblo Cautivo”, «obra de un poeta sin nombre» rezaba la portadilla del volumen. Yo soy un hombre, y canto Con los ojos abiertos. Digo cosas que veo, No los ángeles puros y su claro mensaje. Las cosas que yo he visto sobre la tierra dura, Voz a voz, llanto a grito las iré declarando. Solo muchos años más tarde Eugenio de Nora reconoció la autoría de este poemario escrito a los 23 años de edad. El compromiso con la memoria del sufrimiento de un pueblo, el español bajo la tiranía del franquismo, lleva al poeta a renunciar a su propio nombre, a anularse en el colectivo anónimo de los vencidos en la guerra civil. Un verso de esperanza al final del libro «Quién sufre su derrota aún no está derrotado» El poeta es paradoja, escucha el lenguaje, la melodía bronca de las palabras en su fuerza de fundación y creación. ¿Qué es la palabra del poeta?, se preguntaba Heidegger para responderse. «la palabra del poeta es fundación, no tan sólo en el sentido de donación libérrima, sino a la vez en el de firme fundamento de nuestra realidad de verdad sobre su fundamento» Eugenio de Nora en «Pueblo cautivo» supo decir lo inexpresado, el gran valor de la poesía es que habla de cosas que no han sido dichas de otro modo, a diferencia de la novela rompe la tiranía del instante, se solaza atemporal, es horizonte.

PUEBLO CAUTIVO

© Eugenio de Nora

El silencio pesado,
la música, y el tiempo que hace ahí fuera,
la gente de las calles con uniforme o luto,
las cicatrices que miro en tantas almas,

el sol rojizo iluminando cárceles,
ruinas, y ciertos muros, ciertos terraplenes
en los que se incrustaron balas tibias con sangre
con sorpresas de sangre visitada de pronto;

las condecoraciones, las banderas,
los hombres más providenciales, y los menos,
las noticias que no traen los periódicos,
y otras interminables, infantiles,

anonadantes cosas de diferente especie,
me sitúan en mi, sin libertad posible,
como una oruga entre batallas:
no hay ojos, pies o manos,
palabras, violines,
con los que ver, tocar, pisar en firme,
escuchar un latido
al combatido corazón de la vida.

Sade y la geometría


Abordo la lectura de Sade . Tedio. No se puede leer una novela concebida como un libro de contabilidad, ese inventario de pasiones, de posiciones, de culos, me irrita. El marqués declara en Justine que todos los “personajes filósofos de es
ta novela tienen la gangrena de la maldad”. ¿Es esta la clave? Abordo una nueva lectura desde presupuestos filosóficos. En los escritos de Sade han encontrado un sistema de pensamiento intelectuales como Roland Barthes (Sade, Fourier, Loyola), Georges Bataille (El erotismo), Simone de Beauvoir (¿Es necesario Sade? ), Maurice Blachot (Lautréamont y Sade), Gilles Deleuze (Lo frío y lo cruel, Sacher-Masoch), Pierre Klossowski (Sade, mi prójimo) Jacques Lacan (Kant con Sade). Theodor W. Adorno (Julliete o la ilustración) Sade como pensador me resulta fatuo, y sin embargo trastorna, como texto es irritante y como libertino no es libertario, ya Foucault le definió como “un sargento del sexo”. Curiosamente esto es lo más sugestivo de toda su obra. Sade es como artista un déspota. “¿Qué deseamos del gozo? Que todo lo que nos rodea no se ocupe más que de nosotros, no piense más que en nosotros, no cuide más que de nosotros... no existe hombre que no quiera ser un déspota” son palabras del marqués.


Sade me hace pensar en un dramaturgo, un hombre de teatro. Sus relatos se desarrollan en espacios cerrados, cuadriculados como un escenario y durante un tiempo cuidadosamente distribuido.
Pone en escena unos personajes y los manipula con la maestría de un director teatral. El Sade escritor se forja en el castillo de La Coste, donde se ha rodeado junto a su mujer de criados apuestos y mujerzuelas proporcionadas por proxenetas, cuando estos le abandonan comprende que no puede hacer de la vida teatro pero puede inventar una vida a su medida en la escritura. Las deudas económicas le llevan a prisión. Para Simone de Beauvoir en ese momento “agoniza un hombre y nace un escritor”. Son veintisiete años de su vida pasados en prisión en los que escribe con furor miles de páginas, la mayoría de ellas irremediablemente perdidas.

De entre los numerosos trabajo
s dedicados al marqués, en mi opinión, ha sido precisamente un dramaturgo quien mejor ha captado su esencia. Peter Weiss en “La persecución y muerte de Jean-Paul Marat representada por el grupo escénico del Hospital de Charenton bajo la dirección del Señor de Sade” nos hace una retrato completo de la personalidad del escritor. Weiss es un dramaturgo bien compenetrado con Sade, cuyo conocimiento debió adquirir inicialmente a través de sus estudios del teatro de la crueldad de Antonin Artaud. Entre 1803 y 1814 Sade fue ingresado en el Hospital psiquiátrico de Charenton a causa de su novela “Zoloe y sus acólitos”, un manifiesto contra Josefina Bonaparte, a la que acusa de todo tipo de orgías y excesos. De la cordura de Sade no caben dudas, el director del Hospital de Charenton, Roger-Collard escribe el 1 de agosto de 1808 una carta a Joseph Fouché (Ministro de la policía, el genio tenebroso como lo definió Stefan Zweig en la biografía que le dedicó) en la que afirma “este hombre no es un alienado. Su único delirio es el vicio”. En Charenton Sade escribió y represento varias obras teatrales hoy perdidas.

La obra de Weiss, un extraordinario experimento de teatro dentro del teatro, pone en un lado del estrado a Sade como director teatral, al otro el escenario, los baños, donde se desarrolla el drama “la muerte de Marat”. Marat por una peculiar enfermedad de la piel hubo de pasar los últimos años de su vida sumergido en una bañera, entre ambos pululan los enfermos mentales en sus papeles de personajes dramáticos, y tras Sade se sienta el director del manicomio con su familia. Marat es representado por un paranoica, Corday, la novicia que le asesinará por una joven afectada de la enfermedad del sueño, y el protector de éste, Duperret, por un erotómano. La obra teatral de Weiss es sin duda la mejor recreación del mundo sadiano,
en ella encontramos risas, amor, lujuria, duchas de agua helada, latigazos, sodomizaciones, acrobacias, discusiones filosóficas, diatribas políticas, religiosas, camisas de fuerza, locura, normalidad y anormalidad. Pero si hay algo trascendente en esta pieza de teatro es la presentación de Sade como un artista total, un hombre capaz de transformar la realidad en palabras. Hay un momento especialmente sublime, Marat yace dentro de su bañera cubierto de agua y la Corday se acerca con el cuchillo en la mano para asesinarle, justo en ese último minuto de vida del revolucionario interviene Sade y le hace observar lo deseable que es la Corday y le incita a que la abrace, lujuria y muerte.

Susan Sontag opinó de la pieza de Weiss: “La locura se convierte en la metáfora privilegiada y más auténtica de la pasión; o, lo que en este caso viene a ser lo mismo, en el desenlace lógico de toda emoción fuerte. Tanto los sueños (como en la secuencia «la pesadilla de Marat») como los estados de ensoñación deben terminar en violencia. Así, la lenta escenificación del asesinato de Marat por Charlotte Corday (historia, es decir, teatro) es seguida por los locos con gritos y canciones de los quince sangrientos años sucesivos al hecho histórico y termina con el asalto por la «compañía» a los Coulmier cuando intentan abandonar el escenario. Mi admiración personal y el deleite que me produjo Marat–Sade son virtualmente incondicionales

Todo en Sade es desmesurado y no podía quedarse al margen su propia figura, desde la Bastilla escribe en una carta: “He adquirido, por falta de ejercicio, una corpulencia enorme que apenas me deja mover”. Cuando Charles Nodier, en 1897, conoció al marqués en Santa Pelagia quedó impresionado por esa corpulencia: “Una obesidad enorme, que entorpecía lo bastante sus movimientos como para impedirle desplegar el resto de gracia y de elegancia, cuyas huellas descubríanse en el conjunto de sus maneras”. ¿Qué maneras? Muchos años antes, Sade cuenta entonces veintitrés años, el inspector de policía Marais advierte a los proxenetas que no debían proveer de mujeres al marqués. Me abstengo de comentar el uso que hacía Sade de estas prostitutas. ¿Cómo asumió Sade su peculiar sexualidad? ¿En qué momento aquel hombre que no había manifestado ningún rasgo de rebeldía (no olvidemos que a los veintidós años se casó por imposición de su padre con una mujer que despreciaba) hace de la sexualidad un arma de rebelión contra la sociedad? Para Foucault “el discurso sadiano, el lenguaje de la sexualidad, es el lenguaje donde Dios está ausente”. Sade es el gran ateo, su obra es una «ateología» Los cuerpos entremezclados, los culos sodomizados, la masturbación, los coitos, las posturas inverosímiles son minuciosamente descritos, el desorden es ordenado y la filosofía acude a justificar tanto exceso. Juliette dice: “aunque los hombres tiemblen, la filosofía debe decirlo todo”. Las 120 jornadas de Sodoma es un compendio de seiscientas pasiones, Sade está poniendo nombre a lo innombrable.

Son numerosas las muestras de desmesura en Sade, desde los orgasmos de sus libertinos, “gritos espantosos, atroces blasfemias escapaban de su pecho henchido, parecían surgir llamas de sus ojos, echaba espuma, relinchaba” hasta el clítoris gigantesco de la Durand, de proporciones tan descomunales que le permitía comportarse sexualmente como un hombre. ¿Tienen actualidad los cuerpos de Sade? Si algo nos ha enseñado el siglo XX es a considerar el cuerpo como un objeto. Ejercemos una tiranía sobre ese objeto, que hecho de plastelina moldeamos con la dietética, la cirugía y la genética. Hemos descubierto el placer de ser deseados. Deseados por nuestro cuerpo esbelto y performativo (perdón por el anglicismo) y nos horroriza el dolor y la muerte en cuanto son imágenes de la fealdad. El siglo XX liberó la sexualidad y llevó el sexo al límite de la libertad absoluta, el siglo XXI por el contrario parece decir “el hombre no se limita al órgano del placer”. Pero el placer sigue siendo el desbordamiento del ser, es catártico, nos aproxima al sentimiento de la muerte, la plenitud del horror (le petite mort llamaba Bataille al orgasmo en su novela Edwarda). La muerte, consunción energética por excelencia, nos aterroriza tanto como atrae. Nuestro cuerpo es modificado por la huella que sobre él deja nuestro amante, en el sexo nuestra consistencia carnal se torna maleable, arcillosa, el sexo es el lubricante del espíritu, no hay una moral del cuerpo. En Sade el cuerpo es un campo de batalla, un agónico vía crucis, en sus novelas es tan deseable la virgen Justine como los decrépitos libertinos de nalgas amarillentas y flácidos falos, la belleza es el cuerpo convertido en objeto.

En él el placer de dominar un cuerpo es ver el rostro de Dios. Bataille supo mejor que nadie conocer el problema de Sade, su ateísmo extremo, su negación de la sociedad y de la fe, la extrema soledad a la que sus creencias le empujaron. Soledad y semen. Veintisiete años encerrado en diversos calabozos, el internamiento, le llevó a crear la obra más monstruosa que haya erigido ser humano

— ¿Quieres ver mis entresijos? —me dijo.
Con las manos agarradas a la mesa, me volví hacia ella. Sentada frente a mí, mantenía una pierna levantada y abierta; para mostrar mejor la ranura estiraba la piel con sus manos. Los “entresijos” de Edwarda me miraban, velludos y rosados, llenos de vida como un pulpo repugnante. Dije con voz entrecortada:
— ¿Por qué haces eso?
— Ya ves, soy Dios.

Palabras para Juan Gelman


Hay poetas que tienen dos, tres y hasta siete vidas como los gatos. Maúllan toda la noche por los tejados y buscan, bajo la luna de plenilunio, a su amada. Escriben largos poemas que recitan a las muchachas en los parques y beben ajenjo hasta caer redondos, esferas hinchadas de vanidad. Otros, por el contrario, beben té inglés en diminutas tacitas, frecuentan señoras de edad y miran de reojo el cuerpo sudado de los efebos que juegan al fútbol.

Pero él era diferente.

Algunos poetas huelen a tabaco, a hierbabuena, a madera recién cortada, se maquillan las cejas con melancolía de primavera y guardan en el bolsillo una moneda de níquel para comprar la felicidad. Otros, por el contrario, huelen a cuero viejo, a sexo prohibido, y recitan poemas de Eliot como pájaros con las alas quebradas.

Pero él era diferente.

Nunca salió de su boca una queja, sin embargo escribía largos lamentos por la tórtola, el sapo o la cucharita de sammy mccoy, lamentos que hacían brotar leche en los pechos de las vírgenes y bostezos en la boca de los funcionarios. Poemas deshojados como la margarita del amor, sí, no, sí, esta tarde bailaré en sydney west.

Sus pies membrudos hundiéndose en la tierra, su cabeza brava como las nubes de una tormenta, solían pasear por la plaza San Martín recitando versos y su vocecilla daba la vuelta al mundo. Esto ocurrió en un país lejano, para que nadie en la vieja Europa pudiera reprochar a la palabra su facultad de decir caballo, esperanza o lágrimas y juntando sílabas, como el niño que balbucea, llevar la alegría al corazón de los hombres.

¡Ay, Juan Gelman, paseando solo por las esquinas del verso! Gallo cantor a la candela del alba, se te vuelven dulces las mujeres con sus zapatitos de charol, quien pudiera arrancar una pluma de tus alas para escribir versos de amor.

Ordo Amoris

No te amo, sin embargo te amo, ¿me comprendes?

Marguerite Duras


Bretan Rusell y Wthitehead en Principia Mathematica recogen la
paradoja de Epiménides, sabio cretense famoso por sus dones para la filosofía y la poesía, de él se conserva la frase todos los cretenses son mentirosos. Siendo Epiménides cretense o bien lo que dice es cierto en cuyo caso es mentiroso y no puede decir la verdad o no es cierto, en cuyo caso no dice la verdad. Paradoja circular sobre el lenguaje y la verdad, donde la verdad implica su falsedad y la falsedad implica su verdad. Así es el amor.

El enamorado sabe mucho de paradojas, las promesas de amor eterno así lo señalan. No hay un lenguaje más paradójico, a un tiempo sincero e insincero, entregado y rencoroso, que el
lenguaje del amor; nos señala ante el amado y nos hace anónimos al resto. Werther, es el paradigma de enamorado, locuaz o melancólico, responsable o suicida, sensible se deja arrastrar por sus emociones, miles de lectores se sintieron proyectados en él y representaron con su vida un mismo papel, el de Werther. Un suicida limpio de resentimiento, puro, insulso. Lee una novela de amor, se apasiona, una poesía amorosa, abraza el libro con ensoñación, un escalofrío le recorre el cuerpo. Con el amor se desboca el verbo; la sensualidad, la caricia, el acto amoroso va acompañado de palabras. ¿Qué es el amor, que tiene ese fuerza indomable? ¿Qué decimos realmente cuando exclamamos: ¡estoy enamorado!? Nada hay más individual, unipersonal, no recíproco que el amor. No necesita la respuesta del otro para existir. Lo han mostrado los poetas a lo largo de los siglos, el objeto de nuestro amor puede ignorar la pasión que sentimos por él, puede incluso despreciarnos; no importa, lo amaremos aún con mayor intensidad. En esa contradicción se sustenta gran parte de la poesía lírica.



Yo dejaré desde aquí
De ofenderos más hablando,
Porque mi morir callando
Os ha de hablar por mí
Gran ofensa os tengo hecha
Hasta aquí en haber hablado,
Pues en cosa os he enojado
Que tan poco me aprovecha.
Derramaré desde aquí
Mis lágrimas no hablando,
Porque quien muere callando
Tiene quien hable por sí.

Garcilaso de la Vega. Copla III

El enamorado puede profundizar en su amor sin ser correspondido, pero necesita la presencia del amado para no caer en la melancolía y el abatimiento."Te pido por Dios a quien te has entregado, que me devuelvas tu presencia de la forma que sea" , escribe Eloisa a Abelardo. El placer de la melancolía, un goce que se refugia en la interioridad del enamorado ante la ausencia de su amor. Para el enamorado nada hay más deliciosamente amable que la sutil melancolía. Para ser escritor hace falta disponer de una obsesión y dado que nada nos obsesiona más que el enamoramiento no resulta extraño que bajo el embrujo de este estado anímico tanto joven de uno y otro sexo se entregue al lirismo, viviendo en un estado de congoja poblado de sombras.


"El lenguaje existe, el arte existe, porque existe "el otro", dice George Steiner. El amor existe porque existe el otro, podemos añadir nosotros. Y en verdad el enamorado es el centinela de la palabra. Pieza nuclear del enamoramiento, la palabra surge de la boca del enamorado plena de vitalidad, reinventada, intensa. Kierkegaard escribió su "Diario de un seductor" bajo el convencimiento de que la idea del amor implica la presencia de un "otro" de carne y hueso. Seducir etimológicamente procede de "seducere", que es desviar a otro, conducirle, extraviarle.


El seductor no es un auténtico amador, recordemos el personaje de Chordelos de Laclos, el vizconde Valmont, exclamando: "es preciso que yo logre a esta mujer para librarme de la ridiculez de amarla". Es el de Kierkegaard el diario de un Don Juan intelectual que "Valiéndose de sus finísimas facultades intelectuales, sabía inducir en tentación a una joven en forma maravillosa", pero una vez consumado el conocimiento de la amada procedía el abandono, porque el amor recíproco, creía, que provoca la monotonía. Lo cierto es que si el amor es mutuo y prospera no aparece la monotonía sino el "nosotros", una unidad real entre el "uno"y el "otro". El amor del conquistador, el de Don Juan, puede mudarse en amor loco que corre tras un fantasma, es el amor de Andre Breton en "L'amour fou" donde el personaje se enamora de un sueño, una mujer vista fugazmente en una esquina de París, con quién apenas ha cruzado la mirada.


Florencia Pinar, primera mujer que escribe poesía en lengua castellana, de la que apenas conocemos datos, coetánea de los Reyes Católicos, nos dibuja los devastadores efectos el amor en una canción:


El amor es gusano
Bien mirada su figura;
Es un cáncer de natura
Que come todo lo sano.
Por sus burlas, por sus sañas
Dél se dan tales querellas
Que, si entra en las entrañas,
No puede salir sin ellas.


El filósofo Eugenio Trías sostiene que el amor engendra amor del mismo modo que la violencia provoca violencia y ve en Juan de la Cruz expresada la lógica del amor hasta sus últimas consecuencias. De cómo ama el amante al amado, de cómo ese amor se depura hasta ser primeramente amor del amor que el amado tiene, recíprocamente, hacia el amante. De cómo el amante llega a amarse a sí mismo, alcanza la plenitud de su amor propio, a través de ese interjuego de reciprocidades: se ama a sí mismo en tanto ama el amor que el amado muestra hacia él. Es el mismo amor de Werther por Carlota, "¡que gozo pensar en usted!", le escribe, pensar en el amado es hacerle imagen, representación mental, fantasma.

Una de las formas tradicionales de expresión del amor es la epistolar. "No quiero sin embargo que mis cartas queden siempre sin respuesta - escribe el joven Freud a su novia - perpetuos monólogos a propósito de un ser amado, que no son ni rectificados ni alimentados por el ser amado, desembocan en ideas erróneas sobre las relaciones mutuas, y nos vuelven extraños uno al otro". La carta de amor impone la necesidad de una respuesta. Antiguamente, cuando el analfabetismo era un mal común, todavía hoy en países con un bajo índice de alfabetización, se recurría a un tercero para que leyese la carta de amor o redactase una declaración amorosa.


- Escribidme una carta, señor cura.
- Ya sé para quien es.
-¿Sabéis quién es, porque una noche oscura
nos visteis juntos?- pues...
- Perdonad; mas... - No extraño ese tropiezo
. La noche... la ocasión...
Dadme pluma Y papel. Gracias. Empiezo:
Mi querido Ramón:
-¿Querido...? Pero, en fin, ya lo habéis puesto.
- Si no queréis... -¡Sí, sí!
- ¡Qué triste estoy! ¿No es eso?- Por supuesto. -
¡Qué triste estoy sin ti!
- Una congoja al empezar me viene...
-¿Cómo sabéis mi mal?
- Para un viejo, una niña siempre tiene
el pecho de cristal.
-¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura.
¿Y contigo? Un edén-
- Haced la letra clara, señor cura;
que lo entienda eso bien.
- El beso aquel que de marchar al punto
te di... - ¿Cómo sabéis...?
- Cuando se va y se viene y se está junto
siempre... no os afrentéis.
-Y si volver tu afecto no procura,
tanto me harás sufrir...
-¿Sufrir y nada más? No, señor cura.
¡Que me voy a morir!
-¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo...?
- Pues sí, señor, ¡morir!
Yo no pongo morir. - ¡Qué hombre de hielo!
¡Quién supiera escribir!
Gabriel y Galán

La carta de amor cuenta con una larga tradición literaria, ya Ovidio aconsejaba a los jóvenes amantes "Que la cera derretida sobre lisas tablillas explore el vado, que la cera empiece por ser la cómplice de tus propósitos. Lleve ella escritas tus ternezas" y desde la literatura en castellano más antigua como "Penitencia de amor" o "Siervo libre de amor" la epístola amatoria establece un canon bien consolidado. También son frecuentes los libros de cartas que reproducen modelos que el interesado puede copiar adaptando a sus necesidades particulares, entre los primeros en popularizarse se encontraba "Primer libro de cartas mensajeras, en estilo Cortesano", obra de Gaspar de Texeda en 1535 de las que un gran número es amoroso, estructuradas todas según el esquema general clásico: salutatio, exordium, narratio, petitio y conclusio. Cuando las mujeres empiezan a acceder a la escritura se considera que es la escritura privada, como la carta y el diario, lo más propio de su condición, aunque algunos como el franciscano Antonio de Guevara (1480-1545) afirmaba que "No sé si es acertado enseñar a escribir a las mujeres" porque si la mujer aprende a escribir puede responder a los billetes amorosos de los galanes sin que nadie más se entere. Deleuze y Guattari en su libro conjunto sobre Kafka advierten que la carta de amor no es un objeto inocente.

La herida del amor sólo surge cuando el amado no nos corresponde. El enfermo de amor no tiene otra medicina que la presencia del amado, esa es otra de las paradojas del amor. Nos sana la presencia de aquel que nada siente por nosotros. El enfermo de amor goza su enfermedad, una enfermedad del alma. Amor y enfermedad llegaron a darse la mano en el S. XIX, cuando tuberculosis y sufrimiento de amores eran los signos de una alta espiritualidad, entre los muchos casos de tuberculosos, Shelley, Copien, Kyats, me interesa una mujer superior, María Bashkirtseff, pintora y literata muerta con veintiséis años:"Hay una cosa verdaderamente hermosa: es la desaparición absoluta de la mujer delante de la superioridad del hombre amado; debe ser el goce más grande de amor propio que puede experimentar una mujer superior". Recordemos el pensamiento de Trías respecto a que el amante llega a amarse a sí mismo, alcanza la plenitud de su amor propio a través de su amor por el amado.


Roland Barthes no ha mostrado lo inactual del amor en su ensayo "Fragmentos de un discurso amoroso". Partiendo de la idea de que el amor es hoy de una extrema soledad y descansando sobre el lenguaje sustituye la descripción del discurso amoroso por su simulación, un "yo" que habla frente a un "otro" que calla. Es el amor en la época de la posmodernidad, la superación del amor burgués que impuso el "homus economicus" y que tiene sus figuras más representativas en la "mantenida" de la Restauración o la "demi mondaine" de la Tercera República francesa. Es el amor sometido a las relaciones de poder, entendido como método de cautiverio y control de la mujer, pero no siendo unidireccional el discurso amoroso, la mujer socava la autoridad patriarcal del varón haciendo del amor un arma de respuesta. La hegemonía patriarcal ha relacionada a la mujer con lo amoroso como subjetivo irracional, lo sensible, lo sentimental.

En "Siervo libre de amor" de Juan Rodríguez del Padrón se formula la pregunta ¿Deben los hombres, por su bien, enamorarse?
La respuesta es esclarecedora:
Todos estamos sujetos al amor, pero hay varios tipos de amor:
1) Amor honesto, bueno, derecho y leal. Es el que Dios nos tiene y el que tenemos a Dios, por el que merecemos vida eterna.
2) Amor deleitable ('amore per diletto'). Todos estamos sujetos a él; es nuestro
dios, e él adoramos, en él esperamos. A éste se plantea la cuestión de si es bueno someterse.
3) Amor por utilidad, unido a la fortuna. El mundo está lleno. Es más odio que amor, desde el punto de vista de la razón.


ILUSTRACIONES: Fotografías de Robert Mapplethorpe.


Est-Ética de la vileza


H
ace medio siglo la moral comenzó a aceptar la perversión dentro del arte , los juicios éticos de la burguesía
estaban evolucionando hacia una liberalización y se admitía que perversión y perversidad como consideraciones morales son valores de quién las juzga y no de quien las comete. En literatura es particularmente interesante el caso de Jean Genet, ladrón, prostituto, traidor y excelente escritor. Es difícil escoger una obra más abyecta que las otras en la producción de este escritor. Por ejemplo en su obra teatral «El balcón», el tal balcón es el nombre de un burdel y las habitaciones de las putas son a un tiempo sacristía, corte de justicia, campo de batalla y bajos fondos. En «Diario de un ladrón», novela autobiográfica, Genet nos narra cómo ha elegido el camino de la abyección movido por una búsqueda del amor cargado de un fuerte deseo erótico. Es muy atractivo como Genet logra vincular la vileza con una alta valoración estética que le permite acercarse al proyecto final de su vida, la santidad. La perversión moral, la bajeza es para Genet el camino recto hacia la santidad. Un mundo europeo y norteafricano de chaperos, confidentes de la policía, traidores a sus compañeros, ladrones, chantajistas es el ámbito de su peregrinaje.

El premio Nobel de literatura francés François Mauriac, tras la lectura del «Diario de un ladrón» conjuró públicamente al autor a no volver a escribir o al menos a no volver a publicar para no arrastrar a otros a la condenación. Desde la adolescencia, en un continuo entrar y salir de presidio, de los correccionales a las cárceles, al llegar a la treintena el delincuente se encuentra encarcelado con una condena que le obligará a permanecer el resto de su vida en presidio. Allí comienza a escribir, poco a poco se conoce fuera de los muros carcelarios su obra e intelectuales como Sastre, Picasso y Cocteau le admiran, trabajan para su publicación y excarcelación. Lo más hermoso de la literatura de Genet es que no se trata de una literatura de denuncia, Genet no trata de desenmascarar el orden burgués, lo acepta y vive inmerso en el mismo sin intentar cambiarlo. La perversión moral aflora en cada acto del escritor, Jean Genet se propuso la búsqueda del Mal como otros la del Bien y supo dar a su vida el sabor más sucio: «Tenía dieciséis años, en mi corazón no conservaba ningún lugar en donde pudiera alojarse el sentido de mi inocencia. Me reconozco como el cobarde, el traidor, el marica que los demás veían en mi...»

En las obras de Genet habla el abyecto, el vil, como abyecto, como vil, sobre la abyección y la vileza, sin excusarse, con orgullo. «El traje de los presidiarios es de rayas, rosa y blanco. Si, conminado por un impulso del corazón, elegí yo el universo en que me complazco, al menos puedo descubrir en él los numerosos sentidos que deseo: existe, pues, una relación estrecha entre las flores y los presidiarios. La fragilidad, la delicadeza de aquellas son de la misma naturaleza que la brutal insensibilidad de éstos. Si tuviera que representar a un presidiario, o a un criminal, lo adornaría con tantas flores que él mismo, al desaparecer bajo ellas, se convertiría en otra, gigante, nueva.»

La turba de los tontos




«La turba de los tontos concitando» es un verso de Gaspar Gómez de Jovellanos referido a la capacidad del escritor de exaltar la estulticia. Los franceses inventaron el "enfant terrible" o el niño tonto de la vida pública al referirse a los poetas vanguardistas, el padre Feijoo aseguraba haber hallado muchos Santos simples, más ninguno tonto, pero lo cierto es que el número de los tontos es descomunal. Si los tontos volaran oscurecerían el sol, pero no sólo su número es inmenso, su variedad es también numerosa y santo Tomás de Aquino señaló 22 categorías de tontos: asyneti, cataplex, credulus, fatuus, grossus, hebes, idiota, imbecillis, inanis, incrassatus, inexpertus, insensatus, insipiens, nescius, rusticus, stolidus, stultus, stupidus, tardus, turpis, vacuus y vecors. Erasmo de Rótterdam escribió la más importante obra filosófica del Renacimiento en torno a la tontería. «Diga lo que quiera de mí el común de los mortales, pues no ignoro cuán mal hablan de la Estulticia incluso los más estultos, soy, empero, aquélla, y precisamente la única que tiene

poder para divertir a los dioses y a los hombres»

En una nota a pie de página en la «Rebelión de las Masas» (1930) Ortega y Gasset se pregunta por qué nadie, que él sepa, ha escrito un ensayo sobre la estupidez y Robert Musil en una conferencia de 1937 titulada «La Estupidez» hace lo mismo. Algo que vendría a remediar en 1954 el psiquiatra alemán Horst Geyer con su «Tratado de la tontería humana”

El tonto no siempre viaja solo y en castellano lo encontramos frecuentemente acompañado de un apellido que explicita el sentido peyorativo que el hablante quiere darle: tonto de los cojones o tanto del haba (señalando que haba es pija) son los más comunes, también tonto del higo como se proclama Alberti en unos versos:

¿Quién aquel?
¡El tonto de Rafael!
Tontaina, tonto del higo,
rodando por las esquinas
bolas, bolindres, pamplinas
y pimientos que no digo.
Más nunca falta un amigo
Que le mendigue un clavel.


Otros poetas, menos sutiles o más vanidosos que el gaditano, se solazan considerando la poesía el solar de los tontos, como es el caso del chileno Nicanor P
arra:

Durante medio siglo
la poesía fue
el paraíso del tonto solemne.
Hasta que vine yo
y me instalé con mi montaña rusa.


No cabe duda, Nicanor Parra es el tonto de la antipoesía.