Un poeta sin nombre


Heidegger limitó a tres los peligros que acechan el pensamiento. 1.- El saludable es el cantar del poeta 2.- El moralmente malo es el pensamiento en sí mismo 3.- El peor es el filosofar La palabra poética no es palabrería, juego placentero, sonido armónico, es ante todo experiencia individual vertida en el cántaro de lo colectivo. Es la poesía expresión del pensamiento, la más pura, de lo que son el hombre y las cosas. En la España de 1947 apareció publicado en los talleres clandestinos de la Unión de Estudiantes un libro de poemas titulado «Pueblo Cautivo”, «obra de un poeta sin nombre» rezaba la portadilla del volumen. Yo soy un hombre, y canto Con los ojos abiertos. Digo cosas que veo, No los ángeles puros y su claro mensaje. Las cosas que yo he visto sobre la tierra dura, Voz a voz, llanto a grito las iré declarando. Solo muchos años más tarde Eugenio de Nora reconoció la autoría de este poemario escrito a los 23 años de edad. El compromiso con la memoria del sufrimiento de un pueblo, el español bajo la tiranía del franquismo, lleva al poeta a renunciar a su propio nombre, a anularse en el colectivo anónimo de los vencidos en la guerra civil. Un verso de esperanza al final del libro «Quién sufre su derrota aún no está derrotado» El poeta es paradoja, escucha el lenguaje, la melodía bronca de las palabras en su fuerza de fundación y creación. ¿Qué es la palabra del poeta?, se preguntaba Heidegger para responderse. «la palabra del poeta es fundación, no tan sólo en el sentido de donación libérrima, sino a la vez en el de firme fundamento de nuestra realidad de verdad sobre su fundamento» Eugenio de Nora en «Pueblo cautivo» supo decir lo inexpresado, el gran valor de la poesía es que habla de cosas que no han sido dichas de otro modo, a diferencia de la novela rompe la tiranía del instante, se solaza atemporal, es horizonte.

PUEBLO CAUTIVO

© Eugenio de Nora

El silencio pesado,
la música, y el tiempo que hace ahí fuera,
la gente de las calles con uniforme o luto,
las cicatrices que miro en tantas almas,

el sol rojizo iluminando cárceles,
ruinas, y ciertos muros, ciertos terraplenes
en los que se incrustaron balas tibias con sangre
con sorpresas de sangre visitada de pronto;

las condecoraciones, las banderas,
los hombres más providenciales, y los menos,
las noticias que no traen los periódicos,
y otras interminables, infantiles,

anonadantes cosas de diferente especie,
me sitúan en mi, sin libertad posible,
como una oruga entre batallas:
no hay ojos, pies o manos,
palabras, violines,
con los que ver, tocar, pisar en firme,
escuchar un latido
al combatido corazón de la vida.