Ordo Amoris

No te amo, sin embargo te amo, ¿me comprendes?

Marguerite Duras


Bretan Rusell y Wthitehead en Principia Mathematica recogen la
paradoja de Epiménides, sabio cretense famoso por sus dones para la filosofía y la poesía, de él se conserva la frase todos los cretenses son mentirosos. Siendo Epiménides cretense o bien lo que dice es cierto en cuyo caso es mentiroso y no puede decir la verdad o no es cierto, en cuyo caso no dice la verdad. Paradoja circular sobre el lenguaje y la verdad, donde la verdad implica su falsedad y la falsedad implica su verdad. Así es el amor.

El enamorado sabe mucho de paradojas, las promesas de amor eterno así lo señalan. No hay un lenguaje más paradójico, a un tiempo sincero e insincero, entregado y rencoroso, que el
lenguaje del amor; nos señala ante el amado y nos hace anónimos al resto. Werther, es el paradigma de enamorado, locuaz o melancólico, responsable o suicida, sensible se deja arrastrar por sus emociones, miles de lectores se sintieron proyectados en él y representaron con su vida un mismo papel, el de Werther. Un suicida limpio de resentimiento, puro, insulso. Lee una novela de amor, se apasiona, una poesía amorosa, abraza el libro con ensoñación, un escalofrío le recorre el cuerpo. Con el amor se desboca el verbo; la sensualidad, la caricia, el acto amoroso va acompañado de palabras. ¿Qué es el amor, que tiene ese fuerza indomable? ¿Qué decimos realmente cuando exclamamos: ¡estoy enamorado!? Nada hay más individual, unipersonal, no recíproco que el amor. No necesita la respuesta del otro para existir. Lo han mostrado los poetas a lo largo de los siglos, el objeto de nuestro amor puede ignorar la pasión que sentimos por él, puede incluso despreciarnos; no importa, lo amaremos aún con mayor intensidad. En esa contradicción se sustenta gran parte de la poesía lírica.



Yo dejaré desde aquí
De ofenderos más hablando,
Porque mi morir callando
Os ha de hablar por mí
Gran ofensa os tengo hecha
Hasta aquí en haber hablado,
Pues en cosa os he enojado
Que tan poco me aprovecha.
Derramaré desde aquí
Mis lágrimas no hablando,
Porque quien muere callando
Tiene quien hable por sí.

Garcilaso de la Vega. Copla III

El enamorado puede profundizar en su amor sin ser correspondido, pero necesita la presencia del amado para no caer en la melancolía y el abatimiento."Te pido por Dios a quien te has entregado, que me devuelvas tu presencia de la forma que sea" , escribe Eloisa a Abelardo. El placer de la melancolía, un goce que se refugia en la interioridad del enamorado ante la ausencia de su amor. Para el enamorado nada hay más deliciosamente amable que la sutil melancolía. Para ser escritor hace falta disponer de una obsesión y dado que nada nos obsesiona más que el enamoramiento no resulta extraño que bajo el embrujo de este estado anímico tanto joven de uno y otro sexo se entregue al lirismo, viviendo en un estado de congoja poblado de sombras.


"El lenguaje existe, el arte existe, porque existe "el otro", dice George Steiner. El amor existe porque existe el otro, podemos añadir nosotros. Y en verdad el enamorado es el centinela de la palabra. Pieza nuclear del enamoramiento, la palabra surge de la boca del enamorado plena de vitalidad, reinventada, intensa. Kierkegaard escribió su "Diario de un seductor" bajo el convencimiento de que la idea del amor implica la presencia de un "otro" de carne y hueso. Seducir etimológicamente procede de "seducere", que es desviar a otro, conducirle, extraviarle.


El seductor no es un auténtico amador, recordemos el personaje de Chordelos de Laclos, el vizconde Valmont, exclamando: "es preciso que yo logre a esta mujer para librarme de la ridiculez de amarla". Es el de Kierkegaard el diario de un Don Juan intelectual que "Valiéndose de sus finísimas facultades intelectuales, sabía inducir en tentación a una joven en forma maravillosa", pero una vez consumado el conocimiento de la amada procedía el abandono, porque el amor recíproco, creía, que provoca la monotonía. Lo cierto es que si el amor es mutuo y prospera no aparece la monotonía sino el "nosotros", una unidad real entre el "uno"y el "otro". El amor del conquistador, el de Don Juan, puede mudarse en amor loco que corre tras un fantasma, es el amor de Andre Breton en "L'amour fou" donde el personaje se enamora de un sueño, una mujer vista fugazmente en una esquina de París, con quién apenas ha cruzado la mirada.


Florencia Pinar, primera mujer que escribe poesía en lengua castellana, de la que apenas conocemos datos, coetánea de los Reyes Católicos, nos dibuja los devastadores efectos el amor en una canción:


El amor es gusano
Bien mirada su figura;
Es un cáncer de natura
Que come todo lo sano.
Por sus burlas, por sus sañas
Dél se dan tales querellas
Que, si entra en las entrañas,
No puede salir sin ellas.


El filósofo Eugenio Trías sostiene que el amor engendra amor del mismo modo que la violencia provoca violencia y ve en Juan de la Cruz expresada la lógica del amor hasta sus últimas consecuencias. De cómo ama el amante al amado, de cómo ese amor se depura hasta ser primeramente amor del amor que el amado tiene, recíprocamente, hacia el amante. De cómo el amante llega a amarse a sí mismo, alcanza la plenitud de su amor propio, a través de ese interjuego de reciprocidades: se ama a sí mismo en tanto ama el amor que el amado muestra hacia él. Es el mismo amor de Werther por Carlota, "¡que gozo pensar en usted!", le escribe, pensar en el amado es hacerle imagen, representación mental, fantasma.

Una de las formas tradicionales de expresión del amor es la epistolar. "No quiero sin embargo que mis cartas queden siempre sin respuesta - escribe el joven Freud a su novia - perpetuos monólogos a propósito de un ser amado, que no son ni rectificados ni alimentados por el ser amado, desembocan en ideas erróneas sobre las relaciones mutuas, y nos vuelven extraños uno al otro". La carta de amor impone la necesidad de una respuesta. Antiguamente, cuando el analfabetismo era un mal común, todavía hoy en países con un bajo índice de alfabetización, se recurría a un tercero para que leyese la carta de amor o redactase una declaración amorosa.


- Escribidme una carta, señor cura.
- Ya sé para quien es.
-¿Sabéis quién es, porque una noche oscura
nos visteis juntos?- pues...
- Perdonad; mas... - No extraño ese tropiezo
. La noche... la ocasión...
Dadme pluma Y papel. Gracias. Empiezo:
Mi querido Ramón:
-¿Querido...? Pero, en fin, ya lo habéis puesto.
- Si no queréis... -¡Sí, sí!
- ¡Qué triste estoy! ¿No es eso?- Por supuesto. -
¡Qué triste estoy sin ti!
- Una congoja al empezar me viene...
-¿Cómo sabéis mi mal?
- Para un viejo, una niña siempre tiene
el pecho de cristal.
-¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura.
¿Y contigo? Un edén-
- Haced la letra clara, señor cura;
que lo entienda eso bien.
- El beso aquel que de marchar al punto
te di... - ¿Cómo sabéis...?
- Cuando se va y se viene y se está junto
siempre... no os afrentéis.
-Y si volver tu afecto no procura,
tanto me harás sufrir...
-¿Sufrir y nada más? No, señor cura.
¡Que me voy a morir!
-¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo...?
- Pues sí, señor, ¡morir!
Yo no pongo morir. - ¡Qué hombre de hielo!
¡Quién supiera escribir!
Gabriel y Galán

La carta de amor cuenta con una larga tradición literaria, ya Ovidio aconsejaba a los jóvenes amantes "Que la cera derretida sobre lisas tablillas explore el vado, que la cera empiece por ser la cómplice de tus propósitos. Lleve ella escritas tus ternezas" y desde la literatura en castellano más antigua como "Penitencia de amor" o "Siervo libre de amor" la epístola amatoria establece un canon bien consolidado. También son frecuentes los libros de cartas que reproducen modelos que el interesado puede copiar adaptando a sus necesidades particulares, entre los primeros en popularizarse se encontraba "Primer libro de cartas mensajeras, en estilo Cortesano", obra de Gaspar de Texeda en 1535 de las que un gran número es amoroso, estructuradas todas según el esquema general clásico: salutatio, exordium, narratio, petitio y conclusio. Cuando las mujeres empiezan a acceder a la escritura se considera que es la escritura privada, como la carta y el diario, lo más propio de su condición, aunque algunos como el franciscano Antonio de Guevara (1480-1545) afirmaba que "No sé si es acertado enseñar a escribir a las mujeres" porque si la mujer aprende a escribir puede responder a los billetes amorosos de los galanes sin que nadie más se entere. Deleuze y Guattari en su libro conjunto sobre Kafka advierten que la carta de amor no es un objeto inocente.

La herida del amor sólo surge cuando el amado no nos corresponde. El enfermo de amor no tiene otra medicina que la presencia del amado, esa es otra de las paradojas del amor. Nos sana la presencia de aquel que nada siente por nosotros. El enfermo de amor goza su enfermedad, una enfermedad del alma. Amor y enfermedad llegaron a darse la mano en el S. XIX, cuando tuberculosis y sufrimiento de amores eran los signos de una alta espiritualidad, entre los muchos casos de tuberculosos, Shelley, Copien, Kyats, me interesa una mujer superior, María Bashkirtseff, pintora y literata muerta con veintiséis años:"Hay una cosa verdaderamente hermosa: es la desaparición absoluta de la mujer delante de la superioridad del hombre amado; debe ser el goce más grande de amor propio que puede experimentar una mujer superior". Recordemos el pensamiento de Trías respecto a que el amante llega a amarse a sí mismo, alcanza la plenitud de su amor propio a través de su amor por el amado.


Roland Barthes no ha mostrado lo inactual del amor en su ensayo "Fragmentos de un discurso amoroso". Partiendo de la idea de que el amor es hoy de una extrema soledad y descansando sobre el lenguaje sustituye la descripción del discurso amoroso por su simulación, un "yo" que habla frente a un "otro" que calla. Es el amor en la época de la posmodernidad, la superación del amor burgués que impuso el "homus economicus" y que tiene sus figuras más representativas en la "mantenida" de la Restauración o la "demi mondaine" de la Tercera República francesa. Es el amor sometido a las relaciones de poder, entendido como método de cautiverio y control de la mujer, pero no siendo unidireccional el discurso amoroso, la mujer socava la autoridad patriarcal del varón haciendo del amor un arma de respuesta. La hegemonía patriarcal ha relacionada a la mujer con lo amoroso como subjetivo irracional, lo sensible, lo sentimental.

En "Siervo libre de amor" de Juan Rodríguez del Padrón se formula la pregunta ¿Deben los hombres, por su bien, enamorarse?
La respuesta es esclarecedora:
Todos estamos sujetos al amor, pero hay varios tipos de amor:
1) Amor honesto, bueno, derecho y leal. Es el que Dios nos tiene y el que tenemos a Dios, por el que merecemos vida eterna.
2) Amor deleitable ('amore per diletto'). Todos estamos sujetos a él; es nuestro
dios, e él adoramos, en él esperamos. A éste se plantea la cuestión de si es bueno someterse.
3) Amor por utilidad, unido a la fortuna. El mundo está lleno. Es más odio que amor, desde el punto de vista de la razón.


ILUSTRACIONES: Fotografías de Robert Mapplethorpe.