Est-Ética de la vileza


H
ace medio siglo la moral comenzó a aceptar la perversión dentro del arte , los juicios éticos de la burguesía
estaban evolucionando hacia una liberalización y se admitía que perversión y perversidad como consideraciones morales son valores de quién las juzga y no de quien las comete. En literatura es particularmente interesante el caso de Jean Genet, ladrón, prostituto, traidor y excelente escritor. Es difícil escoger una obra más abyecta que las otras en la producción de este escritor. Por ejemplo en su obra teatral «El balcón», el tal balcón es el nombre de un burdel y las habitaciones de las putas son a un tiempo sacristía, corte de justicia, campo de batalla y bajos fondos. En «Diario de un ladrón», novela autobiográfica, Genet nos narra cómo ha elegido el camino de la abyección movido por una búsqueda del amor cargado de un fuerte deseo erótico. Es muy atractivo como Genet logra vincular la vileza con una alta valoración estética que le permite acercarse al proyecto final de su vida, la santidad. La perversión moral, la bajeza es para Genet el camino recto hacia la santidad. Un mundo europeo y norteafricano de chaperos, confidentes de la policía, traidores a sus compañeros, ladrones, chantajistas es el ámbito de su peregrinaje.

El premio Nobel de literatura francés François Mauriac, tras la lectura del «Diario de un ladrón» conjuró públicamente al autor a no volver a escribir o al menos a no volver a publicar para no arrastrar a otros a la condenación. Desde la adolescencia, en un continuo entrar y salir de presidio, de los correccionales a las cárceles, al llegar a la treintena el delincuente se encuentra encarcelado con una condena que le obligará a permanecer el resto de su vida en presidio. Allí comienza a escribir, poco a poco se conoce fuera de los muros carcelarios su obra e intelectuales como Sastre, Picasso y Cocteau le admiran, trabajan para su publicación y excarcelación. Lo más hermoso de la literatura de Genet es que no se trata de una literatura de denuncia, Genet no trata de desenmascarar el orden burgués, lo acepta y vive inmerso en el mismo sin intentar cambiarlo. La perversión moral aflora en cada acto del escritor, Jean Genet se propuso la búsqueda del Mal como otros la del Bien y supo dar a su vida el sabor más sucio: «Tenía dieciséis años, en mi corazón no conservaba ningún lugar en donde pudiera alojarse el sentido de mi inocencia. Me reconozco como el cobarde, el traidor, el marica que los demás veían en mi...»

En las obras de Genet habla el abyecto, el vil, como abyecto, como vil, sobre la abyección y la vileza, sin excusarse, con orgullo. «El traje de los presidiarios es de rayas, rosa y blanco. Si, conminado por un impulso del corazón, elegí yo el universo en que me complazco, al menos puedo descubrir en él los numerosos sentidos que deseo: existe, pues, una relación estrecha entre las flores y los presidiarios. La fragilidad, la delicadeza de aquellas son de la misma naturaleza que la brutal insensibilidad de éstos. Si tuviera que representar a un presidiario, o a un criminal, lo adornaría con tantas flores que él mismo, al desaparecer bajo ellas, se convertiría en otra, gigante, nueva.»