Sade y la geometría


Abordo la lectura de Sade . Tedio. No se puede leer una novela concebida como un libro de contabilidad, ese inventario de pasiones, de posiciones, de culos, me irrita. El marqués declara en Justine que todos los “personajes filósofos de es
ta novela tienen la gangrena de la maldad”. ¿Es esta la clave? Abordo una nueva lectura desde presupuestos filosóficos. En los escritos de Sade han encontrado un sistema de pensamiento intelectuales como Roland Barthes (Sade, Fourier, Loyola), Georges Bataille (El erotismo), Simone de Beauvoir (¿Es necesario Sade? ), Maurice Blachot (Lautréamont y Sade), Gilles Deleuze (Lo frío y lo cruel, Sacher-Masoch), Pierre Klossowski (Sade, mi prójimo) Jacques Lacan (Kant con Sade). Theodor W. Adorno (Julliete o la ilustración) Sade como pensador me resulta fatuo, y sin embargo trastorna, como texto es irritante y como libertino no es libertario, ya Foucault le definió como “un sargento del sexo”. Curiosamente esto es lo más sugestivo de toda su obra. Sade es como artista un déspota. “¿Qué deseamos del gozo? Que todo lo que nos rodea no se ocupe más que de nosotros, no piense más que en nosotros, no cuide más que de nosotros... no existe hombre que no quiera ser un déspota” son palabras del marqués.


Sade me hace pensar en un dramaturgo, un hombre de teatro. Sus relatos se desarrollan en espacios cerrados, cuadriculados como un escenario y durante un tiempo cuidadosamente distribuido.
Pone en escena unos personajes y los manipula con la maestría de un director teatral. El Sade escritor se forja en el castillo de La Coste, donde se ha rodeado junto a su mujer de criados apuestos y mujerzuelas proporcionadas por proxenetas, cuando estos le abandonan comprende que no puede hacer de la vida teatro pero puede inventar una vida a su medida en la escritura. Las deudas económicas le llevan a prisión. Para Simone de Beauvoir en ese momento “agoniza un hombre y nace un escritor”. Son veintisiete años de su vida pasados en prisión en los que escribe con furor miles de páginas, la mayoría de ellas irremediablemente perdidas.

De entre los numerosos trabajo
s dedicados al marqués, en mi opinión, ha sido precisamente un dramaturgo quien mejor ha captado su esencia. Peter Weiss en “La persecución y muerte de Jean-Paul Marat representada por el grupo escénico del Hospital de Charenton bajo la dirección del Señor de Sade” nos hace una retrato completo de la personalidad del escritor. Weiss es un dramaturgo bien compenetrado con Sade, cuyo conocimiento debió adquirir inicialmente a través de sus estudios del teatro de la crueldad de Antonin Artaud. Entre 1803 y 1814 Sade fue ingresado en el Hospital psiquiátrico de Charenton a causa de su novela “Zoloe y sus acólitos”, un manifiesto contra Josefina Bonaparte, a la que acusa de todo tipo de orgías y excesos. De la cordura de Sade no caben dudas, el director del Hospital de Charenton, Roger-Collard escribe el 1 de agosto de 1808 una carta a Joseph Fouché (Ministro de la policía, el genio tenebroso como lo definió Stefan Zweig en la biografía que le dedicó) en la que afirma “este hombre no es un alienado. Su único delirio es el vicio”. En Charenton Sade escribió y represento varias obras teatrales hoy perdidas.

La obra de Weiss, un extraordinario experimento de teatro dentro del teatro, pone en un lado del estrado a Sade como director teatral, al otro el escenario, los baños, donde se desarrolla el drama “la muerte de Marat”. Marat por una peculiar enfermedad de la piel hubo de pasar los últimos años de su vida sumergido en una bañera, entre ambos pululan los enfermos mentales en sus papeles de personajes dramáticos, y tras Sade se sienta el director del manicomio con su familia. Marat es representado por un paranoica, Corday, la novicia que le asesinará por una joven afectada de la enfermedad del sueño, y el protector de éste, Duperret, por un erotómano. La obra teatral de Weiss es sin duda la mejor recreación del mundo sadiano,
en ella encontramos risas, amor, lujuria, duchas de agua helada, latigazos, sodomizaciones, acrobacias, discusiones filosóficas, diatribas políticas, religiosas, camisas de fuerza, locura, normalidad y anormalidad. Pero si hay algo trascendente en esta pieza de teatro es la presentación de Sade como un artista total, un hombre capaz de transformar la realidad en palabras. Hay un momento especialmente sublime, Marat yace dentro de su bañera cubierto de agua y la Corday se acerca con el cuchillo en la mano para asesinarle, justo en ese último minuto de vida del revolucionario interviene Sade y le hace observar lo deseable que es la Corday y le incita a que la abrace, lujuria y muerte.

Susan Sontag opinó de la pieza de Weiss: “La locura se convierte en la metáfora privilegiada y más auténtica de la pasión; o, lo que en este caso viene a ser lo mismo, en el desenlace lógico de toda emoción fuerte. Tanto los sueños (como en la secuencia «la pesadilla de Marat») como los estados de ensoñación deben terminar en violencia. Así, la lenta escenificación del asesinato de Marat por Charlotte Corday (historia, es decir, teatro) es seguida por los locos con gritos y canciones de los quince sangrientos años sucesivos al hecho histórico y termina con el asalto por la «compañía» a los Coulmier cuando intentan abandonar el escenario. Mi admiración personal y el deleite que me produjo Marat–Sade son virtualmente incondicionales

Todo en Sade es desmesurado y no podía quedarse al margen su propia figura, desde la Bastilla escribe en una carta: “He adquirido, por falta de ejercicio, una corpulencia enorme que apenas me deja mover”. Cuando Charles Nodier, en 1897, conoció al marqués en Santa Pelagia quedó impresionado por esa corpulencia: “Una obesidad enorme, que entorpecía lo bastante sus movimientos como para impedirle desplegar el resto de gracia y de elegancia, cuyas huellas descubríanse en el conjunto de sus maneras”. ¿Qué maneras? Muchos años antes, Sade cuenta entonces veintitrés años, el inspector de policía Marais advierte a los proxenetas que no debían proveer de mujeres al marqués. Me abstengo de comentar el uso que hacía Sade de estas prostitutas. ¿Cómo asumió Sade su peculiar sexualidad? ¿En qué momento aquel hombre que no había manifestado ningún rasgo de rebeldía (no olvidemos que a los veintidós años se casó por imposición de su padre con una mujer que despreciaba) hace de la sexualidad un arma de rebelión contra la sociedad? Para Foucault “el discurso sadiano, el lenguaje de la sexualidad, es el lenguaje donde Dios está ausente”. Sade es el gran ateo, su obra es una «ateología» Los cuerpos entremezclados, los culos sodomizados, la masturbación, los coitos, las posturas inverosímiles son minuciosamente descritos, el desorden es ordenado y la filosofía acude a justificar tanto exceso. Juliette dice: “aunque los hombres tiemblen, la filosofía debe decirlo todo”. Las 120 jornadas de Sodoma es un compendio de seiscientas pasiones, Sade está poniendo nombre a lo innombrable.

Son numerosas las muestras de desmesura en Sade, desde los orgasmos de sus libertinos, “gritos espantosos, atroces blasfemias escapaban de su pecho henchido, parecían surgir llamas de sus ojos, echaba espuma, relinchaba” hasta el clítoris gigantesco de la Durand, de proporciones tan descomunales que le permitía comportarse sexualmente como un hombre. ¿Tienen actualidad los cuerpos de Sade? Si algo nos ha enseñado el siglo XX es a considerar el cuerpo como un objeto. Ejercemos una tiranía sobre ese objeto, que hecho de plastelina moldeamos con la dietética, la cirugía y la genética. Hemos descubierto el placer de ser deseados. Deseados por nuestro cuerpo esbelto y performativo (perdón por el anglicismo) y nos horroriza el dolor y la muerte en cuanto son imágenes de la fealdad. El siglo XX liberó la sexualidad y llevó el sexo al límite de la libertad absoluta, el siglo XXI por el contrario parece decir “el hombre no se limita al órgano del placer”. Pero el placer sigue siendo el desbordamiento del ser, es catártico, nos aproxima al sentimiento de la muerte, la plenitud del horror (le petite mort llamaba Bataille al orgasmo en su novela Edwarda). La muerte, consunción energética por excelencia, nos aterroriza tanto como atrae. Nuestro cuerpo es modificado por la huella que sobre él deja nuestro amante, en el sexo nuestra consistencia carnal se torna maleable, arcillosa, el sexo es el lubricante del espíritu, no hay una moral del cuerpo. En Sade el cuerpo es un campo de batalla, un agónico vía crucis, en sus novelas es tan deseable la virgen Justine como los decrépitos libertinos de nalgas amarillentas y flácidos falos, la belleza es el cuerpo convertido en objeto.

En él el placer de dominar un cuerpo es ver el rostro de Dios. Bataille supo mejor que nadie conocer el problema de Sade, su ateísmo extremo, su negación de la sociedad y de la fe, la extrema soledad a la que sus creencias le empujaron. Soledad y semen. Veintisiete años encerrado en diversos calabozos, el internamiento, le llevó a crear la obra más monstruosa que haya erigido ser humano

— ¿Quieres ver mis entresijos? —me dijo.
Con las manos agarradas a la mesa, me volví hacia ella. Sentada frente a mí, mantenía una pierna levantada y abierta; para mostrar mejor la ranura estiraba la piel con sus manos. Los “entresijos” de Edwarda me miraban, velludos y rosados, llenos de vida como un pulpo repugnante. Dije con voz entrecortada:
— ¿Por qué haces eso?
— Ya ves, soy Dios.