ÉRASE UNA VEZ UN LOBO, UN PASTOR Y UN MASTÍN… © Eduardo De Benito Este cuento, niños de España, no es sólo un cuento, es la memoria de nuestra tierra bravía, la leyenda de hombres que sueñan con el balido de las ovejas y de perros bravos que durante su sueño vigilan. Es la raíz de lo que la historia nos hizo, un pueblo de pastores que creó un Imperio donde nunca se ponía el sol. La relación entre la España antigua y el pastoreo es profunda y ha dejado una huella indeleble en la cultura, la economía, el paisaje e incluso la psicología del país. La práctica de la ganadería llegó a la Península Ibérica con las primeras comunidades neolíticas. Los pueblos prerromanos como celtíberos y vetones tuvieron en la ganadería un pilar económico y social. Los visigodos, pueblos de origen germánico con una fuerte tradición ganadera y legal, crearon las primeras leyes ganaderas, el Liber Iudiciorum del año 654 y en el Fuero Juzgo, en 1241, el rey Fernando III de Castilla, establecía el derecho de paso y pastoreo, un precedente legal de la futura Mesta. La reconquista fue el gran molde de la ganadería hispana. Los reyes cristianos, para asegurar el territorio conquistado a los árabes, concedían grandes extensiones de tierra, los extremos o dehesas, a nobles, órdenes militares y concejos para su uso ganadero. Nacieron así las Cañadas Reales, la creación cultural y el monumento paisajístico más importante del pastoreo español. Finalmente, la creación del Honrado Concejo de la Mesta en el año 1273 por Alfonso X el Sabio consagró la España pastoral. La huella cultural del pastoreo es inmensa en nuestra cultura, nuestro lenguaje, nuestro folclore, nuestra gastronomía, nuestra arquitectura popular, chozos, corrales, molinos de grano. Miguel de Unamuno vio en el pastoreo el origen del carácter español individualista, aventurero, soberano y con un profundo sentido de la libertad y la honra, contrastando con el espíritu más comunal y sedentario de las naciones de agricultores. La simbiosis entre el hombre, el rebaño y el mastín constituye el basamento de la civilización humana, una herencia biocultural que se inició en los albores del Neolítico. Forjada a lo largo de milenios, en la actualidad se ha convertido en el centro de un conflicto ecológico y social de gran complejidad, debido al regreso del lobo, su antiguo competidor. La conservación y viabilidad de la cultura pastoral, se ve así sometida a un fuerte estrés. No estamos ante una simple disputa por recursos, sino ante un profundo enfrentamiento entre dos formas de relacionarnos con la naturaleza: la domesticación y la depredación. En el Neolítico el ser humano dejó de ser solo cazador-recolector y comenzó a criar ganado. Establecimos una relación de jerarquía y mutualismo con los ovinos. Un pacto mediante el cual los protegíamos de los depredadores y a cambio nos daban leche, lana, crías y carne (matanza controlada) LA DOMESTICACIÓN Y LA PÉRDIDA DE LA CAPACIDAD DEFENSIVA La domesticación de los ovinos implicó, más allá de un control reproductivo y alimenticio, una selección genética consciente para reforzar la docilidad. Las investigaciones de la etóloga Temple Grandin han arrojado luz sobre un cambio crucial de su comportamiento. Las ovejas han perdido su instinto de huida. La explicación no está en su simpleza, sino en lo más profundo de su cerebro. En sus ancestros salvajes, como el muflón, este sistema era hipervigilante. Cualquier sombra sospechosa o ruido extraño activaba inmediatamente la alarma, poniendo al animal en estado de alerta para luchar o huir. Sin embargo, tras siglos de domesticación para seleccionar a los ovinos más dóciles, tranquilos y fáciles de manejar, hemos alterado sin querer este mecanismo. El "interruptor" de ese sistema de alarma (que los científicos localizan en una región del cerebro llamada amígdala) ahora es mucho más difícil de activar. Tenemos rebaños más manejables, pero esto ha tenido un efecto colateral crítico, ha atrofiado su comportamiento antidepredatorio innato. Ya no reaccionan con la suficiente rapidez ante una amenaza, lo que hace vulnerable al rebaño. Esta es la razón por la que el papel del mastín ganadero es hoy más importante que nunca. Los perros suplen con su instinto de vigilancia y defensa el sistema de alarma adormecido de las ovejas. Son, en esencia, el "cerebro alerta" que el rebaño perdió con la domesticación. La historia de las ovejas si inicia con la domesticación del muflón salvaje en la antigua Mesopotamia. Los muflones son animales gregarios como las ovejas, presentes en Europa gracias a introducciones con fines cinegéticos. Ante la presencia de un depredador se juntan y embisten coordinados. Las ovejas, tras siglos de domesticación, han perdido esa capacidad de defenderse frente al lobo. Su comportamiento gregario les lleva a una huida caótica que dispersa el grupo. El estímulo de unas presas huyendo en pánico exacerba el instinto depredador del lobo. Ante un grupo de ovejas vulnerables, la secuencia depredadora del lobo (acecho, persecución y muerte) se sobreexcita y le lleva a una matanza excesiva de animales. No es acto de crueldad, sino el aprovechamiento instintivo de una oportunidad que le brinda la naturaleza, un gran número de presas incapaces de defenderse. UN PAISAJE TRANSFORMADO PARA UN DEPREDADOR PROTEGIDO El lobo había desaparecido de Centroeuropa en la década de 1950, debido a su caza sistemática. El Convenio de Berna (año 1979), y la Directiva de Hábitats de la U.E. (año 1992) declararon ilegal su caza. Pronto recolonizó los Alpes, extendiéndose por Suiza, Francia, Italia, Austria y Alemania. En España el lobo ibérico se encontraba cerca de la extinción en la década de 1970, sometido a una persecución legal que permitía batidas, venenos, cepos y recompensas oficiales por cada animal abatido. Las Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos se crearon en 1953 y hasta 1968 intensificaron la persecución del lobo. Su primera protección en España fue parcial, establecida por un Decreto de 1971, que permitía su caza al norte del río Duero y lo mantenía como especieprotegida al sur de este río. En las décadas transcurridas desde entonces la expansión del lobo ha sido imparable. Sin embargo, el territorio al que ha regresado ha cambiado sustancialmente en estos años de su ausencia. Como consecuencia del incremento de la población soporta mayor carga ganadera y agrícola. Al tiempo la superficie forestal se ha incrementado por la protección de zonas verdes, creando corredores ecológicos ideales para que las manadas de lobos colonicen amplias zonas. Paralelamente, la ganadería extensiva se ha expandido por las medidas agroambientales y la preferencia social por alimentos procedentes del ganado criado en libertad. Un carnívoro oportunista como el lobo sabe aprovechar la abundante fuente de alimento que hemos puesto a su disposición. EL PASTOR PADRE Para un pastor, el ataque a su rebaño tiene más consecuencias que las económicas. La relación pastor/rebaño es de carácter paternalista y constituye el núcleo de su identidad socioprofesional. El pastor es el guardián. Un ataque no es solo un daño contable; es un fracaso en su misión primordial, una herida profunda en su orgullo profesional, que le genera impotencia, rabia y una profunda frustración. Este daño emocional, natural en quien se siente con la obligación de cuidar de los rebaños, es subestimado por las autoridades públicas, que reducen el conflicto a meras indemnizaciones económicas. La precariedad de la profesión de pastor, con bajos ingresos, duras condiciones de vida, falta de relevo generacional, se ve agravada por la cohabitación forzosa con el lobo. Adaptarse implica restricciones enormes y costosas en términos económicos y horas laborales: pastores eléctricos, recogida nocturna de los rebaños, presencia constante en el campo. Esta “carga de vigilancia” cuestiona la propia viabilidad del oficio. PERROS DE GUARDA Y POLARIZACIÓN DEL CONFLICTO Los perros de razas como el Mastín español o el Mastín del Pirineo son una herramienta ancestral y esencial. Sin embargo, su implementación en un contexto moderno de turismo masivo genera nuevos frentes de conflicto a los ganaderos. Su instinto protector es malinterpretado como agresividad por parte de excursionistas o dueños de perros de compañía, que provoca frecuentes incidentes. Surge así una narrativa profundamente maniquea que distingue entre “buenos” y “malos” perros. Una doble “educación”, tanto de los mastines ganaderos como de los usuarios de la montaña, es compleja de implementar a gran escala. No olvidemos que el comportamiento de los mastines ganaderos es natural y no ha cambiado en cientos de años. Encontrar una solución hasta la fecha ha fracasado en Francia, Italia y Suiza, los países que más han trabajado en este sentido. De España, más vale no comentar, porque poco se ha hecho. El conflicto ganadero ha cuestionado en los últimos años la visión idealizada del lobo como especie clave, es decir, como un animal cuya presencia sostiene el equilibrio del ecosistema. El argumento de que su desaparición podría desencadenar cambios en cadena que afectarían gravemente la biodiversidad e incluso pondrían en riesgo la supervivencia del propio ecosistema, hoy es cuestionado. La cruda realidad es la depredación excesiva sobre ganado sano, el hecho de que el lobo mata más presas de las necesarias para alimentarse. La visión romántica del lobo como prototipo de lo natural choca con la realidad del campo, muy humanizado, fragmentado y con una densidad ganadera muy elevada. Circunstancias que no invalidan el tradicional papel ecológico del lobo, pero que nos obligan a rechazar las simplificaciones de los colectivos animalistas y matizar la realidad europea. HACIA UNA COEVOLUCIÓN FORZADA El aullido del lobo, mito sonoro de la naturaleza salvaje, y el cencerro del rebaño, símbolo de una civilización agropastoral milenaria, no deberían ser sonidos excluyentes, sino partes de un mismo ecosistema, por difícil que sea su armonización. La recolonización del lobo plantea un desafío que exige superar la polarización. No se trata de elegir entre la desaparición del lobo o la del pastoreo extensivo. Ambas realidades deben, forzosamente, coevolucionar. El futuro del paisaje europeo y de su diversidad biológica y cultural depende de nuestra capacidad para gestionar esta compleja convivencia. Y es aquí donde los mastines se convierten en la llave y solución para esta difícil convivencia, no ya solo entre las dos especies (lobo/ganado), sino también entre la ideología proteccionista estricta y la realidad cotidiana de nuestros campos y nuestros pastores. Aún España no ha asumido que el coste de la conservación del lobo debe ser soportado por la sociedad en su conjunto y no solo por el sector ganadero. Tenemos pendiente crear una legislación eficaz que permita el control de lobos y la regulación de su densidad en áreas de alto conflicto, combinando protección y pragmatismo. También el reconocimiento social de la función pastoril, reforzando el estatus social y económico del pastor como garante no solo de producción, sino de biodiversidad y mantenimiento de paisajes culturales. EL MASTÍN, PATRIMONIO BIOCULTURAL Los mastines son la herramienta cultural más antigua que la humanidad ha desarrollado para proteger sus rebaños frente a los lobos. La propia existencia del mastín es el resultado de una cooperación milenaria entre especies, en la que el mastín actúa como una prolongación de los sentidos de vigilancia humanos, compensando sus limitaciones y protegiendo la vulnerabilidad del rebaño. Europa hoy se plantea el debate entre conservacionismo, identidad cultural y seguridad de la ganadería, y los mastines están en el corazón de ese debate. Animales criados para convivir desde cachorros con el rebaño, miles de años de selección han hecho que su instinto protector no se sustente en la agresión indiscriminada, sino en la disuasión. No son perros de ataque, como el pastor alemán; su instinto protector no se basa en la agresión, sino en la disuasión y la defensa organizada. Durante siglos se escogió a los que, por su mera presencia y su tamaño imponente, redujesen las posibilidades de que cualquier lobo intentase acercarse al rebaño. Son, en consecuencia, un patrimonio biocultural de la sociedad europea. Como resultado la conducta etológica de un mastín es una brillante síntesis de lo que la domesticación con fines positivos ha permitido realizar con los perros. El trabajo de un mastín se sustenta sobre tres pilares: 1) Una vinculación temprana con el rebaño. Se crían entre ovejas desde las primeras semanas de vida. 2) Alto sentido territorial. Se desplazan constantemente alrededor del rebaño, delimitando con su olor y su presencia un espacio que los lobos interpretan como una amenaza real. 3) Respuesta graduada en la protección. Al sentir una amenaza, el mastín primero ladra, se exhibe, marca el territorio antes de llegar al enfrentamiento físico. Solo si el lobo es tenaz en la amenaza se produce el combate directo, normalmente, de todos los mastines que vigilan el rebaño, lo que incrementa su eficacia defensiva. El mastín, que acompaña al rebaño desde el Neolítico, debe seguir siendo un puente entre mundos: entre lo salvaje y lo domesticado, entre la ciudad y el campo, entre la memoria cultural y la conservación de la biodiversidad, entre el derecho a la ganadería y el uso recreativo del campo. Es importante defender el patrimonio natural, los escasos espacios verdes de naturaleza sin mancillar, donde el lobo encuentra su refugio, pero es de igual importancia defender la riqueza cultural de la ganadería, un patrimonio cultural igual de valioso y con frecuencia olvidado, ese pastoreo extensivo, que durante milenios modeló los territorios. Hemos de negarnos a que nos los presenten como realidades opuestas; son dos herencias complementarias de la identidad cultural y ecológica de Europa. Un rebaño acompañado por sus mastines, es mucho más que un recurso pintoresco para fotógrafos; es el legado de prácticas sostenibles que han tejido durante siglos la relación entre ser humano, el animal doméstico y medio natural. Cada sendero de trashumancia, cada dehesa, cada majada son fragmentos de un paisaje cultural que ha permitido la existencia de una enorme diversidad de ecosistemas europeos. Cada pastor con sus mastines no es una imagen anacrónica o pintoresca; es una cultura viva que dota de sentido y equilibrio al campo. En cada rebaño que, vigilado por los mastines, pasta en libertad, reside la memoria de lo que fuimos y habita la posibilidad de un futuro donde la naturaleza y lo humano convivan en equilibrio. Niños de España, nunca olvidéis que España fue durante siglos un pueblo de pastores orgullosos de su origen.
DE ALMUERZO, CEBOLLA Y PAN. Y DE NOCHE, SI NO HAY OLLA, OTRA VEZ PAN Y CEBOLLA © Eduardo De Benito El español es un pueblo muy severo, amigo de las expresiones de carácter inequívoco, y al tiempo creador de una rica cultura culinaria. Quizá, por ello, ninguna frase es más elocuente del desprecio al ignorante que la expresión descalificatoria: «no sabe ni freír un huevo». La gastronomía española tiene tantas ramificaciones, variaciones, estéticas y deleites, como las tiene la pintura española, de ahí su universal nobleza. ¿De dónde le viene al español el amor a una rica mesa regada de nobles caldos? ¡Del hambre que ha pasado! Pero que no se piense que el español fue un pueblo de incultura gastronómica. En 1423, Enrique de Aragón, Marqués de Villena (1384-1434), terminaba de escribir en Torralba de Cuenca su «Arte Cisoria», un manual sobre el arte de trinchar con cuchillos las carnes, pescados y frutas. Libro culinario que el autor dedicó a Sancho de Jarava maestro trinchante del rey Juan II de Castilla. En sus páginas se deleita describiendo el placer del buen yantar, y en especial el agrado de degustar las criadillas de carnero y el obispillo de las aves grandes. Con la dinastía de los Borbones llegó a España la alta cocina francesa, pero las clases populares continuaron con su cocina tradicional. En la Corte se comía al estilo francés, en la calle el castizo puchero con pan y vino. La rústica sabiduría de Sancho Panza lo expresó muy bien antes de que los galos importaran sus exquisiteces. «Mirad, señor doctor: de aquí adelante no os curéis de darme a comer cosas regaladas ni manjares exquisitos, porque será sacar a mi estómago de sus quicios, el cual está acostumbrado a cabra, a vaca, a tocino, a cecina, a nabos y a cebollas; y, si acaso le dan otros manjares de palacio, los recibe con melindre, y algunas veces con asco. Lo que el maestresala puede hacer es traerme estas que llaman ollas podridas, que mientras más podridas son, mejor huelen» La novela picaresca fue un género netamente español que se extiende entre el Renacimiento y el Barroco. Por sus páginas se pasean vagabundos y pícaros, personajes sin destino, cuya alimentación dependía de la caridad de los particulares o de las instituciones civiles y religiosas. Por ella conocemos los nombres de algunos platos populares, como hartatunos, sopa boba, atascaburras y duelos y quebrantos. Tan contundentes como su propio nombre, no ocultan el hambre, un hambre que con brillantez describe Quevedo en la olla del Dómine Cabra en la «Vida del Buscón»: «Comieron una comida eterna, sin principio ni fin. Trajeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer una de ellas peligrara Narciso más que en la fuente. Noté con el ansia que los macilentos dedos se echaban a nado tras un garbanzo huérfano y solo que estaba en el suelo. Decía Cabra a cada sorbo: -"Cierto que no hay tal cosa como la olla, digan lo que dijeren; todo lo demás es vicio y gula". ¡Mal ingenio te acabe!, decía yo entre mí, cuando vi un mozo medio espíritu y tan flaco, con un plato de carne en las manos, que parecía que la había quitado de sí mismo. Venía un nabo aventurero a vueltas, y dijo el maestro en viéndole: -"¿Nabo hay? No hay perdiz para mí que se le iguale. Coman, que me huelgo de verlos comer". Repartió a cada uno tan poco carnero que, entre lo que se les pegó a las uñas y se les quedó entre los dientes, pienso que se consumió todo, dejando descomulgadas las tripas de participantes» Y si hasta aquí has llegado leyendo y aún no has alcanzado hartazgo con las viandas, palabra que Covarrubias definió en 1611 como «el sustento de comida que nos dan fuerza para caminar», prueba a preparar en casa el plato creado por doña Emilia Pardo Bazán. La receta aparece en su libro «La cocina española antigua» que vio la luz en 1913 en la colección «La Biblioteca de la mujer». «Se rellena una buena aceituna con alcaparras y anchoas picadas, y después de haberla echado en adobo de aceite, se introduce en un picafigo o cualquiera otro pajarito, cuya delicadeza sea conocida, para meterlo después en otro pájaro mayor, tal como un hortelano. Se toma luego una cogujada, a la que se quitarán las patas y la cabeza, para que sirva de cubierta a los otros, y se la cubre con una lonja de tocino muy delgada, y se pone la cogujada dentro de un zorzal, ahuecado de la misma manera; el zorzal en una codorniz, la codorniz en un ave fría, ésta en un pardal o chorlito, el cual se pondrá en un perdigón, y éste en una chocha; ésta en una cerceta, la cual va entro de una pintada; la pintada en un ánade, y ésta en una polla; la polla en un faisán, que se cubrirá con un ganso, todo lo cual se meterá en un pavo, que se cubrirá con una avutarda, y si por casualidad se hallare alguna cosa vacía que rellenar, se recurrirá a las criadillas, castañas y setas, de que se hará un relleno, que todo se pone en una cazuela de bastante capacidad con cebolletas picadas, clavo de especia, zanahorias, jamón picado, apio, un ramillete, pimienta quebrada, algunas lonjas de tocino, especias y una o dos cabezas de ajo. Todo esto se pone a cocer a un fuego continuo por espacio de veinticuatro horas, o mejor en horno un poco caliente; se desengrasa y se sirve en un plato». ¡Ay, que se me olvidaba el tentempié! Tampoco en las mesas burguesas había abundancia, como testimonia Ramón de la Cruz en el sainete «El Petimetre» Ayer comí en una casa y estuvo aquello mediano: no hubo las extravagancias de la sopa guarnecida ni lo del pichón por barba. Había un lindo trinchero de menestra, otro de pasta, un fricasé, una compota y una o dos pollas asadas, que para quince de mesa es comida muy sobrada.
Buen provecho y no te avergüence eructar, que es cosa de mucha honra, pues entre los consejos que dio don Quijote a Sancho Panza está: «Eructar, Sancho, quiere decir regoldar, y este es uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua castellana, aunque es muy significativo; y así, la gente curiosa se ha acogido al latín, y al regoldar dice eructar, y a los regüeldos, eructaciones; y cuando algunos no entienden estos términos, importa poco, que el uso los irá introduciendo con el tiempo»
LA MUJER ARTISTA © Eduardo De Benito Al visitar un museo, encontrarás un gran número de mujeres, pero siempre son modelos o musas en la obra artística de un varón; muy pocas veces son autoras. La historia de las mujeres artistas fue silenciada por el discurso oficial y predominante de rasgos acusadamente masculinos. De hecho, hasta el siglo XIX había temas pictóricos reservados exclusivamente a los varones. La pintora francesa Rosa Bonheur (1822-1899), destacada artista animalista, tenía que vestirse de hombre para acudir con libertad a las ferias y mercados de ganado, cuando realizaba sus pinturas y esculturas de animales. El cuadro «Nameless and Friendless» (Sin fama ni amistades), de Emily Mary Osborn refleja una escena profundamente reveladora de las barreras a que enfrentaban estas mujeres artistas en el pasado. La pintura muestra a una joven pintora en una galería de arte, donde busca vender su trabajo. Su vulnerabilidad queda reflejada en la expresión de los hombres que la observan: uno con escepticismo y otro con indiferencia. Osborn plasma aquí las tensiones entre el talento de las mujeres y la exclusión sistemática que experimentaban en el ámbito de las Bellas Artes. Durante siglos, el arte practicado por mujeres fue percibido como una actividad doméstica o un amable e inofensivo ocio, más que como una profesión legítima. En instituciones como la Royal Academy de Londres, la admisión de mujeres no se aceptó hasta 1860, mientras que, en Francia, el acceso a la educación artística no se produjo hasta 1897. Y en ambos casos, para preservar su honor, les estaba vedado el dibujo del cuerpo humano, los varoniles académicos prohibieron que pudieran trabajar sobre desnudos masculinos o femeninos.
El patrón ideológico de la sociedad estaba plenamente representado en un cuadro del pintor francés Jacques-Louis David (1748-1825), titulado «El Juramento de los Horacios». El cuadro refleja una de las historias más famosas de la antigüedad clásica. Para evitar la guerra, en el 669 a. C. los gobernantes de Roma y Alba Longa decidieron resolver el conflicto con el combate de tres guerreros de cada bando. El enfrentamiento de la familia romana de los Horacio contra la familia vecina de Alba Longa, los Curiacios. La pintura establece una clara dicotomía entre lo masculino y lo femenino, tanto en postura como en composición. Las figuras masculinas, situadas a la izquierda, se alzan erguidas y tensas, con músculos marcados y una actitud de decisión y valentía mientras juran lealtad a las espadas levantadas. Esta postura recalca su compromiso y honor hacia la patria. David destaca el tema a través de una estructura robusta y líneas rectas que definen la masculinidad y la determinación. Por el contrario, las figuras femeninas, situadas a la derecha, aparecen sentadas o desmayadas, con gestos de lamento y resignación, sugiriendo vulnerabilidad y dolor. Sus cuerpos se curvan suavemente, expresando emociones de tristeza y miedo ante la partida de sus familiares. Este contraste entre los hombres en acción y las mujeres en dolor simboliza una separación de esferas, donde el deber y el honor recaen en la esfera masculina, mientras que el sufrimiento y el duelo están en el ámbito femenino.
HASTA EL DIABLO DE LA MUJER MANDAMAS HUYE © Eduardo De Benito En el folclore europeo abundan historias en las que mujeres astutas logran vencer a seres demoníacos, incluyendo al mismísimo Satanás. «Belfegor Archidiablo», es una fábula versificada de Nicolás Maquiavelo. Relato breve y satírico en el que narra cómo el diablo Belfegor, uno de los siete príncipes del infierno, es enviado a la Tierra con el nombre de Rodrigo de Castilla, para comprobar si la vida conyugal es peor que el averno. «Y tras hacerse llamar Rodrigo de Castilla, tomó casa en alquiler; y para que no pudiera conocerse su condición, dijo haber partido de pequeño de España para marchar a Soria y haber ganado en Alepo toda su hacienda, de donde había luego partido para ir a Italia a tomar esposa en lugares más humanos y más conformes a la vida civil y a su intención». A través de esta experiencia, Belfegor terminará descubriendo los terribles sufrimientos de los hombres casados y cómo convivir con una esposa puede ser más difícil que trabajar eternamente en el averno. La trama tiene un desarrollo cómico, presentando a Belfegor como un personaje que se ve enredado en las dificultades de su vida matrimonial con una mujer autoritaria que se llama Honesta. «Había la señora Honesta llevado a casa de Rodrigo, junto con la nobleza y la belleza, tanta soberbia que ni Lucifer tuvo nunca tanta; y Rodrigo, que había probado la una y la otra, juzgaba la de su esposa superior; más no tardó en aumentar en cuanto ella se dio cuenta del amor que el marido le profesaba y creyendo poder dominarlo a su antojo, sin piedad ni respeto alguno lo humillaba, y no dudaba, cuando él le negaba algo, en atormentarlo con palabras viles e injuriosas». Aunque Belfegor llega al mundo con toda la astucia demoníaca, es incapaz de aguantar el carácter mandamás de su esposa. Sus problemas conyugales lo llevan a la ruina y tiene que escapar, aceptando que, incluso para un diablo, las mujeres representan un desafío formidable. El tema había sido tratado con anterioridad por Mateo de Bolonia, un clérigo francés que en 1295 escribió en latín el «Liber lamentationum Matheoluli» (Las lamentaciones de Matheolus), donde argumenta que el matrimonio hace triste y miserable la vida de los hombres. La historia fue traducida del latín original al francés por Jean Le Fèvre de Ressons a finales del siglo XIV. Unos años más tarde, el poeta francés Jean de La Fontaine (1621-1695), autor de fábulas y cuentos licenciosos, la recrea en verso en «Le Diable de Papefiguière». Desde el siglo XVIII, un grabado libertino de Charles-Dominique-Joseph Eisen (1720-1778) ilustró todas las ediciones del texto. El argumento de La Fontaine es sencillo pero muy efectivo. Un agricultor que se encuentra labrando su tierra es sorprendido por un peregrino de apariencia extraña. El peculiar personaje le desafía a determinar quién de los dos tiene la habilidad de arar más terreno. El campesino acepta la apuesta y quedan emplazados para el siguiente día. Cuando regresa a su casa, le cuenta a su mujer que un peregrino con cuernos y rabo, le ha retado y está seguro de que le ganará con facilidad. La mujer identifica al diablo en la descripción y se siente angustiada, temerosa por perder su finca. La mañana siguiente se levanta, dejando al esposo en la cama, y aguarda la aparición del diablo, que le pregunta por su marido para cumplir con la apuesta. Como respuesta, ella se levanta las faldas y muestra al diablo sus partes pudendas depilada, quien, asombrado por lo que observa, le pregunta: ¿Quién te ha ocasionado esa terrible herida entre los muslos? La mujer responde con serenidad: Mi esposo, anoche, preparándose para la apuesta que tenéis para hoy. Frente a la exhibición de poder del adversario, el diablo asustado escapa corriendo de la casa y la mujer salva la hacienda familiar. Estas traviesas historias tienen su fuente en un texto del filósofo griego Plutarco, en el libro «Las virtudes de las mujeres» (Mulierum virtutes), donde cuenta el modo en que las mujeres persas salvaron su ciudad. El ejército persa, derrotado por los medas, regresa humillado a su tierra. Las mujeres temen que los medas saqueen sus casas. Esperan al ejército vencido a las puertas de la ciudad, donde les cortan el paso, acusándoles de cobardes. Allí adoptan una actitud desafiante frente a sus maridos e hijos. Al unísono se alzan la falda para mostrar sus genitales al tiempo que les increpan: “¿Queréis esconderos en el lugar del que salisteis al mundo llorando?", lo que no solo avergonzó a los derrotados, sino que les dio un renovado sentido del honor y la urgencia de defender su ciudad. Este gesto, carente de obscenidad en el mundo clásico, se denomina anasyrma.

 

KAN, EL PERRO FILÓSOFO

© Eduardo De Benito

KAN EN EL DOG SHOW

Deseoso de darle a su educador una razón para que siguiese felizmente ocupado, nunca tuvo prisa por aprender aquellos estúpidos ejercicios. De vez en cuando, si en un concurso le hacían competir contra otros perros, dejaba ganar a sus contrincantes. En su tiempo libre se sentía afortunado meditando sobre el maravilloso mundo canino comparado con el terrible universo competitivo de los humanos.


KAN Y SU AMIGO LEAL

Kan dejó que el aroma de su comida le acariciase. “Sabes, - dijo estirando una pata hacia su cuenco - a veces me lo pregunto”.

Leal le miró con admiración, nunca había conocido a un perro filósofo. “¿Te lo preguntas?”

Kan prefirió ignorar las sacudidas nerviosas de la cola de su amigo.

“Sí, me lo pregunto. ¿Estaremos solos en el universo?”

“¿Lo estamos?”, le preguntó Leal asustado.

“Creo que sí. -- respondió Kan con suficiencia - Ahí fuera solo están los gatos… y esos bípedos que trabajan para nosotros preparando la comida”


KAN, AGENTE SECRETO

“¿Comprobaste que no te siguieron?”, preguntó Kan.

“¡Positivo, señor!”, respondió Leal, tratando de poner su voz más marcial.

Kan miró a su alrededor y tomó un extraño objeto con mango de madera y hoja de metal afilado. Lo examinó pensativamente. “Con esto en nuestro poder aniquilaremos a los gatos”, sentenció con rotundidad.

Justo en ese momento se encendió la luz de la cocina y una voz tronó en lo alto.

“¡Maldita sea!, ¿qué estáis haciendo con mi cajón de los cubiertos?”

 

KAN EN EL CIRCO

Sonaba una música estridente y unas luces brillantes iluminaron la mesa. Entonces escuchó una voz tonante. “Querido público, ahora necesito toda su atención en nuestro último y espectacular número” ¡Ta-ta-chan!, sonó la orquesta, seguido de una explosión de centellas. Cuando se disipó el humo estaba dentro de un sobrero de copa. Una multitud rugía en una carcajada estruendosa. “¡Malnacido seas! - pensó Kan - El maldito Rabbit me la ha vuelto a jugar”.

CANCIÓN POR UN BODEGUERO ANDALUZ

© Eduardo De Benito

Ayer dijimos adiós a Fandango, nuestro bodeguero andaluz. Ya no se escuchará su ladrido cuando regresamos a casa ni se tumbará en el sofá a nuestro lado. Mi hijo mayor le ha dicho al pequeño que los marcianos lo han desintegrado. Ayer, al recoger su habitación encontré bajo la almohada una bolita de pelos blancos del perro. Le pregunté, «¿Por qué lo has hecho?» Y me respondió, «Mamá, si reunimos todos los pelitos de Fandango le podemos recomponer y habremos vencido a los marcianos»

MUJER CELOSA ANTE EL ESPEJO

Todos los días se repite la escena. Cuando se sosiega nuestra pasión mi novio se queda en la cama y yo voy al cuarto de baño. Entonces aparece ella. Se para frente a mí, desafiante. Si me retoco el carmín, ella también toma su lápiz labial; coge su peine cuando me peino, me examina. Incluso en mi desnudez trata de parecerse. Se ha pintado un lunar sobre el pecho izquierdo, pero se equivoca, el mío está en el seno derecho. Está más delgada, seguramente avejentada por culpa de los celos. Y aunque usa mi pintura de labios, se peina igual que yo, es, sin embargo, muy diferente, hay sarcasmo en sus ojos. Noto su odio como una garra en el cuello. Sé que quiere ocupar el hueco que dejo en la cama, que lo quiere a él. No lo conseguirá. He colocado una pistola en su sien. En unos instantes me habré librado de ella.

LAS MATA BIEN MUERTAS, UNA HISTORIA DE NUESTRO TIEMPO

Hombres, mujeres y niños, voy a contaros una historia insignificante que tiene moraleja. Había una vez un dragón al que llamaban Falondrón. Cabeza de gallo y cuerpo de lagarto, galligarto ponzoñoso, más perverso que un sacristán, con rabo de látigo inquieto y zapatones de alguacil mayor. Vivía en el foso de un viejo castillo. Allí hay una cueva en tinieblas como ojo de ciego, pozo tormentoso donde vierten las alcantarillas de la fortaleza. Aquellas aguas hediondas le han colmado de fatalismo y rencor. Es un revolucionario, un paria que ha leído a Marx, y al que teme el pueblo manso y biempensante. “¡Que vivan los que no pagan impuestos ni temen admoniciones y les importa una higa la Patria!”, ruge desde su cueva con pestilente aliento, incitando a la revolución. Cada festividad del Corpus el pueblo ofrece a Falondrón una moza blanca como torta de queso con que aplacar sus ardores revolucionarios. Cierta vez cambiaron la donación de la doncella por la bolsa testicular de un obispo repleta de monedas de oro, pero aquel año el dragón persiguió a solteras y casadas bramando encelado. De tal desorden quedó preñada la molinera, viuda todavía en buena edad, y a su tiempo nació Rabín. El muchacho había sacado de su padre un rabo de lagartija, que la madre se empeñaba en que mantuviese oculto en un bolsillo de tela que le cosió en los fondillos del calzón. Transcurrido un año la asamblea de vecinos eligió nueva moza para la ofrenda. Una joven con la alegría del confeti en la risa. “Falondrón ya da lustre a sus colmillos y brillo a su aguijón para regocijo de niños y espanto de paisanos”, recita en la plazuela un ciego. La molinera, sintiendo celos y dispuesta a evitar la coyunda, regaló a la joven un bote de insecticida Raid. Desde entonces el pueblo paga feliz sus impuestos.

BÍBLICO

Jesús dijo: "Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos". Respondió el rico: "¡Matad a todos los camellos!".

LA CULPA ES DE NEWTON

En aquel cantón de queso emmental, donde los relojes de cucú anidan en los árboles, vivía un ballestero llamado Guillermo. Se hizo famoso en otro tiempo por atravesar con una flecha una manzana puesta sobre la cabeza de su hijo. Los hombres justifican su existencia con estos actos irrelevantes. Ducho en el arte de la puntería, se ejercitaba a diario con un cajón de manzanas. Certera, ninguna flecha dejó de partir en dos el fruto del Paraíso. Murió una noche, asaltado por un grupo de bandidos. Fallaron todas sus flechas. Ninguno llevaba una manzana.

GRAN ENCICLOPEDIA DEL PANEGÍRICO

Soy asiduo visitante de bautizos y entierros. Las bodas no me motivan, lo confieso. Intento dar testimonio de cuanto sucede a un hombre solo, y no hay mayor soledad que la de ese niño aún ciego y sordo a las promesas del futuro o ese difunto que yace lejano, ya indiferente a esos rostros afligidos que lo rodean. Tomo nota de lo que dicen los oradores, sus palabras se alzan hacia la bóveda del templo inconsistentes como globos de helio. Nacer y morir estimulan una oratoria sentimental, vacua y de efectos sorprendentes sobre el intelecto. He visto a padres temblar de felicidad imaginando que su criatura aplanaba la tierra, cortaba los árboles y colocaba las piedras para alzar una casa, ignorantes de que será de ceniza, como un amigo del difunto recordará muchos años más tarde, trémulo y compungido. Con la minuciosa eficacia de un notario registro cada palabra pronunciada. Estoy escribiendo un diccionario del panegírico, la loa, el encomio en estas celebraciones. Un monumento a la oratoria. Tras diez años de exhaustivo trabajo hoy quise revisar mis notas. El cuaderno estaba en blanco. Ninguna esperanza vertida en los bautizos, ninguna alabanza dicha sobre el difunto fue respetada por el tiempo.

UN VAMPIRO EN MADRID

El claro de una plazuela alumbrado por la luz anémica de una farola; es un barrio enamorado de su desdicha. La mala suerte viaja en taxi y las desgracias se tienden a orear en las ventanas. Madrid, años tantos tras la crisis. Las sombras se han adelgazado por el hambre y la esperanza usa bufanda. Un hombre se desliza contra el muro de las casas, el rostro demacrado atestigua que solo se alimenta de aspirinas y mala leche. La huelga de ganaderos ha puesto a Drácula al borde de la anemia. Es el último fantasma real de una España expresionista en blanco y negro. Acaba de abandonar su catafalco en busca de trabajo. La fachada del Teatro Price, temblona y desmemoriada, tiene un feroz apetito de artistas nuevos. Por su puerta han entrado atléticos militares, contorsionistas diputados en Cortes y hasta algún enano que llegó a presidente de gobierno. Pero el público, con feroz apetito, exige constantemente nuevos espectáculos. “¿Qué sabe hacer?”, le pregunta el director con guasa. “¿Beber sangre? Eso está muy visto, acabo de despedir a un banquero que bordaba el número. ¡Ah, que se puede convertir en un murciélago!”. Un patético revoloteo de gallina por respuesta. Drácula está viejo y deslucido, demasiado manoseado por los amantes de los mitos. “No tiene acomodo como artista, pero puede anunciar nuestra comedia sobre Nosferatu. Junto a los urinarios góticos, en el vestíbulo del teatro, Drácula sostiene un cestillo con los programas. Le han maquillado de muerto, su aspecto natural no resultaba convincente.

RECORTES JUSTIFICADOS

"¡Ay de mi, que amo las escarolas con aceite, el salutífero brécol y la enamorada alcachofa y detesto la carne casquivana, con su estremecimiento de placer avieso!", clamaba el hombre lobo, al que exhibían en una jaula en la plaza del pueblo durante la festividad del santo patrono. Lo transportaron en andas las Hermanas Sibilinas, entre jaculatorias y credos para alejar la tentación del pecado carnal. Aquella mañana lo habían pillado rondando la huerta del convento, famélico. Tomás de Torquemada, un hombre piadoso, ordenó que por su bien le consumiese el fuego de la hoguera. Luego se retiró a terminar un tratado moral sobre los peligros de la carne y las virtudes de la dieta vegetariana

UN ASESINO

Aquel era un hombre honrado. Acuciado por la necesidad de sus hijos entró en el supermercado y robó una barra de pan. Fue condenado a cadena perpetua por haber matado el hambre.

MEDITACIÓN EN EL MUSEO


Lo más sorprendente de los pintores inmortales es que todos están muertos.

GENIALIDAD

Desde niño quise ser un genio, uno de esos grandes hombres que admira la humanidad. Aspiraba a parecerme Vincent Van Gogh, sin la locura; a Ernst Hemingway sin el alcoholismo; a Ludwig van Beethoven sin la sordera; a Pablo Picasso sin los millones. Según crecí me fui liberando de la arrogancia, la vanidad y la soberbia, pasiones que turban el intelecto de los grandes hombres, pero también de la bondad, la sencillez y la humildad, pues son debilidades incompatibles con un triunfador. Hoy, frente al espejo, no no aparecía mi reflejo. Me había vaciado y lamentablemente los espejos no han aprendido a mentir.

CANIVAL

Tengo un sueño extraño. Me han cortado las piernas, los brazos, la cabeza, que flotan en el dormitorio. Alguien a mi lado susurra, se están repartiendo mis miembros Despierto aterrorizado, envuelto en un sudor frío. Me palpo las extremidades y no las encuentro. Oigo la voz de mamá, que me llama desde la cocina. Está preparando el fiambre para el desayuno.

ESPERANDO A GODOT

Estas líneas son una pequeña reflexión sobre una de la obra literaria que más ha marcado mi visión del arte, que durante décadas ha sido la candela que alumbró mi camino y el viento que impulsó mi amor a la literatura.

Se alza el telón. El escenario no comunica, no emociona, no augura nada. Una carretera en cualquier lugar. Y un árbol, no un árbol magnífico, el esqueleto sarmentoso de un arbolillo seco. Dos hombres entran en escena, tan vacíos de fe y futuro como el decorado. Su existencia no tiene más sentido que esperar a alguien llamado Godot. Y esta vaciedad marca un punto culminante en la literatura, un antes y un después. El autor escribe la obra de teatro para ser representada, el sentido de ese "para" exige la presencia de un público. Quizás por eso el teatro es el género literario menos leído. La consecuencia es que el texto dramático se convirtió en muchas ocasiones en mero pretexto de la acción teatral. Ya lo vio Roland Barthes cuando escribe en sus Ensayos Críticos: "¿Qué es la teatralidad? Es el teatro sin el texto, es un espesor de signos y sensaciones que se edifica en la escena a partir del argumento escrito, esa especie de percepción ecuménica de los artificios sensuales, gestos, tonos, distancias, sustancias, luces, que sumerge el texto bajo la plenitud de su lenguaje exterior".

Becket con su Godot creó un nuevo público. La necesidad de mentir ha creado la retórica. La necesidad de creernos las mentiras creó el teatro. Declamatorio, retórico unas veces, visceral y sangrante otras, el teatro ha marcado el canon occidental. Cuando Occidente apuesta por el nacimiento de la nueva tragedia que Nietzsche vaticinó y por la que Antonin Artaud se evisceró, en los años en que la escena europea apuesta por las nuevas máscaras: Joseph Svoboda con su "Linterna Mágina", Jerzy Grotowsky con su laboratorio de "teatro pobre", Peter Brook con su "espacio vacío", se estrena en Paris "Esperando a Godot". Una sola pieza dramática ha bastado para situar a Samuel Beckett en la cumbre de la dramaturgia occidental de todos los tiempos. Crea Beckett un universo autocontenido, que solo se refiere a sí mismo, y refleja la situación límite del hombre contemporáneo, su incapacidad de comunicarse con el lenguaje, palabras gastadas por el uso, vaciadas de humanidad, porque como dice en una atmósfera patética Hamm, otro personaje beckeriano, "nada es más cómico que la desventura". Lo que más me impresiona de Beckett, de Esperando a Godot, es que con un lenguaje muerto, en el siglo de la teatralidad y no de la palabra, del actor y no del rapsoda, devuelve al teatro todo el valor del texto, de la oratoria, del lenguaje frente al cuerpo. Con una sola obra Beckett consigue empalidecer la dramaturgia de Ionesco, Genêt, Adamov o Dürenmatt, por poner ejemplos brillantes de sus contemporáneos, y no lo hace mostrando verdades últimas, sino palabras devaluadas, tan insignificantes que rozan la frontera del silencio y tan trágicas, que hiriendo el corazón de la Tragedia nos mantienen en los territorios del arte puro, sin metafísica, sin ideología, pura libertad. "Es preciso decir palabras, mientras haya palabras, es preciso decirlas hasta que ellas me encuentren. Nunca me callaré", dice el personaje de El Innombrable. Leer "Esperando a Godot" es una comunión con arte en su grado más puro.

PAISAJE TRAS LA BATALLA

De la densa niebla emergió, horrísono y atemorizante, el ejército enemigo. Nos superaban en miles, en millones de disciplinados soldados. Nosotros solo éramos un puñado de hombres y mujeres atemorizados. Sabíamos que contaban con sofisticadas armas de destrucción masiva. No fue sino después de la derrota, cuando la mayoría de nuestros enemigos yacía muertos o agonizantes, que descubrieron cuales eran nuestras armas: la razón y la verdad.

AMOR DE MADRE

El anuncio prometía un book fotográfico para niños con aspiraciones artísticas. Acudieron cientos de madres con sus retoños. El fotógrafo realizaba una instantánea de cada niño y entregaba a la madre la foto en un bello álbum de tapas negras con remaches en bronce. Ellas, ilusionadas iban pasando las páginas y descubrían con alborozo que en cada una la foto se repetía, pero su hijo había crecido. Allí estaba el adolescente con espinillas que un día sería, el joven casadero, el hombre maduro con canas. Era hermoso verlas reír de alegría al contemplar en un instante toda la vida de sus pequeños. Fue aterrador, en cambio, cuando al pasar la última página, estaba vacía.

PENSAMIENTOS INTERRUPTUS

La sentencia del juez fue severa, le daba a elegir entre ser idiota, poeta o loco. Eligió las tres cosas y le llamaron profeta.

El emperador ordenó su muerte. El filósofo, estoico, no pestañeó, sonrió, inclinó la cabeza y se abrió las venas. La inmortalidad brotó por ellas.

El lector se transformó en el libro cuando leyó el conjuro de aquel viejo tratado de magia.

Era un amante tan cobarde, que cuando llegó la tormenta de pasiones abrió el paraguas para no mojarse.

HUMILDAD

Mi mujer dice que soy un fantasma, un presuntuoso. Yo lo niego y defiendo mi modestia. Pero ella insiste en llamarme fantasma, como prueba muestra mi esquela en el diario, es la más grande y ostentosa. Avergonzado me envuelvo en la sábana y desaparezco.

TRIUNFALISMO

Intenté ser un casanova, pero las mujeres se reían de mí. Quise fundar un emporio comercial traficando con diamantes y esclavos, y acabé mendigando en las calles de Calcuta. Dispuesto a conquistar un imperio me puse al frente de un ejército de mercenarios y sucumbimos derrotados por las moscas del desierto. Entonces leí el Decálogo del perfecto cuentista: “No empieces una historia sin saber desde la primera palabra adónde vas". Ese era mi problema, nunca supe hacia donde me dirigía. Me dije, escribiré un cuento tan perfecto que... olvidé que no se escribir.

PARÁFRASIS DE MONTERROSO

Es frecuente no publicar, no escribir, no pensar. Pero existen los que recorren este camino en sentido contrario: no pensar, escribir, publicar. Y a estos les llamamos maestros.

SANIDAD PÚBLICA

Agonizante en la cruz, Jesús clamó: "Dios mío, por qué me has abandonado" Y desde lo alto descendió atronadora la voz de Yavé: "Estás en la lista de espera"