LA MUJER ARTISTA © Eduardo De Benito Al visitar un museo, encontrarás un gran número de mujeres, pero siempre son modelos o musas en la obra artística de un varón; muy pocas veces son autoras. La historia de las mujeres artistas fue silenciada por el discurso oficial y predominante de rasgos acusadamente masculinos. De hecho, hasta el siglo XIX había temas pictóricos reservados exclusivamente a los varones. La pintora francesa Rosa Bonheur (1822-1899), destacada artista animalista, tenía que vestirse de hombre para acudir con libertad a las ferias y mercados de ganado, cuando realizaba sus pinturas y esculturas de animales. El cuadro «Nameless and Friendless» (Sin fama ni amistades), de Emily Mary Osborn refleja una escena profundamente reveladora de las barreras a que enfrentaban estas mujeres artistas en el pasado. La pintura muestra a una joven pintora en una galería de arte, donde busca vender su trabajo. Su vulnerabilidad queda reflejada en la expresión de los hombres que la observan: uno con escepticismo y otro con indiferencia. Osborn plasma aquí las tensiones entre el talento de las mujeres y la exclusión sistemática que experimentaban en el ámbito de las Bellas Artes. Durante siglos, el arte practicado por mujeres fue percibido como una actividad doméstica o un amable e inofensivo ocio, más que como una profesión legítima. En instituciones como la Royal Academy de Londres, la admisión de mujeres no se aceptó hasta 1860, mientras que, en Francia, el acceso a la educación artística no se produjo hasta 1897. Y en ambos casos, para preservar su honor, les estaba vedado el dibujo del cuerpo humano, los varoniles académicos prohibieron que pudieran trabajar sobre desnudos masculinos o femeninos.
El patrón ideológico de la sociedad estaba plenamente representado en un cuadro del pintor francés Jacques-Louis David (1748-1825), titulado «El Juramento de los Horacios». El cuadro refleja una de las historias más famosas de la antigüedad clásica. Para evitar la guerra, en el 669 a. C. los gobernantes de Roma y Alba Longa decidieron resolver el conflicto con el combate de tres guerreros de cada bando. El enfrentamiento de la familia romana de los Horacio contra la familia vecina de Alba Longa, los Curiacios. La pintura establece una clara dicotomía entre lo masculino y lo femenino, tanto en postura como en composición. Las figuras masculinas, situadas a la izquierda, se alzan erguidas y tensas, con músculos marcados y una actitud de decisión y valentía mientras juran lealtad a las espadas levantadas. Esta postura recalca su compromiso y honor hacia la patria. David destaca el tema a través de una estructura robusta y líneas rectas que definen la masculinidad y la determinación. Por el contrario, las figuras femeninas, situadas a la derecha, aparecen sentadas o desmayadas, con gestos de lamento y resignación, sugiriendo vulnerabilidad y dolor. Sus cuerpos se curvan suavemente, expresando emociones de tristeza y miedo ante la partida de sus familiares. Este contraste entre los hombres en acción y las mujeres en dolor simboliza una separación de esferas, donde el deber y el honor recaen en la esfera masculina, mientras que el sufrimiento y el duelo están en el ámbito femenino.