HASTA EL DIABLO DE LA MUJER MANDAMAS HUYE © Eduardo De Benito En el folclore europeo abundan historias en las que mujeres astutas logran vencer a seres demoníacos, incluyendo al mismísimo Satanás. «Belfegor Archidiablo», es una fábula versificada de Nicolás Maquiavelo. Relato breve y satírico en el que narra cómo el diablo Belfegor, uno de los siete príncipes del infierno, es enviado a la Tierra con el nombre de Rodrigo de Castilla, para comprobar si la vida conyugal es peor que el averno. «Y tras hacerse llamar Rodrigo de Castilla, tomó casa en alquiler; y para que no pudiera conocerse su condición, dijo haber partido de pequeño de España para marchar a Soria y haber ganado en Alepo toda su hacienda, de donde había luego partido para ir a Italia a tomar esposa en lugares más humanos y más conformes a la vida civil y a su intención». A través de esta experiencia, Belfegor terminará descubriendo los terribles sufrimientos de los hombres casados y cómo convivir con una esposa puede ser más difícil que trabajar eternamente en el averno. La trama tiene un desarrollo cómico, presentando a Belfegor como un personaje que se ve enredado en las dificultades de su vida matrimonial con una mujer autoritaria que se llama Honesta. «Había la señora Honesta llevado a casa de Rodrigo, junto con la nobleza y la belleza, tanta soberbia que ni Lucifer tuvo nunca tanta; y Rodrigo, que había probado la una y la otra, juzgaba la de su esposa superior; más no tardó en aumentar en cuanto ella se dio cuenta del amor que el marido le profesaba y creyendo poder dominarlo a su antojo, sin piedad ni respeto alguno lo humillaba, y no dudaba, cuando él le negaba algo, en atormentarlo con palabras viles e injuriosas». Aunque Belfegor llega al mundo con toda la astucia demoníaca, es incapaz de aguantar el carácter mandamás de su esposa. Sus problemas conyugales lo llevan a la ruina y tiene que escapar, aceptando que, incluso para un diablo, las mujeres representan un desafío formidable. El tema había sido tratado con anterioridad por Mateo de Bolonia, un clérigo francés que en 1295 escribió en latín el «Liber lamentationum Matheoluli» (Las lamentaciones de Matheolus), donde argumenta que el matrimonio hace triste y miserable la vida de los hombres. La historia fue traducida del latín original al francés por Jean Le Fèvre de Ressons a finales del siglo XIV. Unos años más tarde, el poeta francés Jean de La Fontaine (1621-1695), autor de fábulas y cuentos licenciosos, la recrea en verso en «Le Diable de Papefiguière». Desde el siglo XVIII, un grabado libertino de Charles-Dominique-Joseph Eisen (1720-1778) ilustró todas las ediciones del texto. El argumento de La Fontaine es sencillo pero muy efectivo. Un agricultor que se encuentra labrando su tierra es sorprendido por un peregrino de apariencia extraña. El peculiar personaje le desafía a determinar quién de los dos tiene la habilidad de arar más terreno. El campesino acepta la apuesta y quedan emplazados para el siguiente día. Cuando regresa a su casa, le cuenta a su mujer que un peregrino con cuernos y rabo, le ha retado y está seguro de que le ganará con facilidad. La mujer identifica al diablo en la descripción y se siente angustiada, temerosa por perder su finca. La mañana siguiente se levanta, dejando al esposo en la cama, y aguarda la aparición del diablo, que le pregunta por su marido para cumplir con la apuesta. Como respuesta, ella se levanta las faldas y muestra al diablo sus partes pudendas depilada, quien, asombrado por lo que observa, le pregunta: ¿Quién te ha ocasionado esa terrible herida entre los muslos? La mujer responde con serenidad: Mi esposo, anoche, preparándose para la apuesta que tenéis para hoy. Frente a la exhibición de poder del adversario, el diablo asustado escapa corriendo de la casa y la mujer salva la hacienda familiar. Estas traviesas historias tienen su fuente en un texto del filósofo griego Plutarco, en el libro «Las virtudes de las mujeres» (Mulierum virtutes), donde cuenta el modo en que las mujeres persas salvaron su ciudad. El ejército persa, derrotado por los medas, regresa humillado a su tierra. Las mujeres temen que los medas saqueen sus casas. Esperan al ejército vencido a las puertas de la ciudad, donde les cortan el paso, acusándoles de cobardes. Allí adoptan una actitud desafiante frente a sus maridos e hijos. Al unísono se alzan la falda para mostrar sus genitales al tiempo que les increpan: “¿Queréis esconderos en el lugar del que salisteis al mundo llorando?", lo que no solo avergonzó a los derrotados, sino que les dio un renovado sentido del honor y la urgencia de defender su ciudad. Este gesto, carente de obscenidad en el mundo clásico, se denomina anasyrma.