Sobre la dificultad de escribir

Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?
Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?
Otro ha entrado en mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?
Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy, después, a leer a André Bretón?
Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?
Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después del infinito?
Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?
Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta dimensión?
Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?
Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?
Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar a la Academia?
Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?
Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del no-yo sin dar un grito?



¿Por qué aquí y ahora el poema de Vallejo?

Por que expresa con precisión el dilema del artista contemporáneo en Europa. La Cultura se ha convertido en una atadura, sujeta las bridas de la creación impidiendo que se desboque el genio. Se puede escribir desde la cultura o desde la acultura. El artista europeo no puede elegir, es un animal cultural. Escribir desde la cultura es admitir la disolución del lenguaje, su ineficacia. Escribir desde lo natrual es poseer la ignorancia del salvaje, del canibali.

No puede extrañarnos que la literatura más viva en castellano sea aquella escrita bajo el signo de Caliban. Caliban es un personaje de Shakespeare en “La Tempestad”, un esclavo salvaje y deforme, convertido en metáfora de América Latina por Roberto Fernández Retamar a partir de sus ensayos («Caliban en esta hora de nuestra América» (1991), «Caliban quinientos años más tarde» (1992) y «Caliban ante la Antropofagia» (1999) Pero no toda América Latina es Caliban, México, Argentina y Chile no tienen este privilegio. La literatura de estos países soporta la rémora de la cultura europea, podría muy bien haber sido escrita en Roma, París o Barcelona.



En Europa un conjunto de proposiciones científicas han invertido los valores literarios en los últimos 50 años, ¿Cómo escribir hoy ignorando el concepto saussuriano de la lengua, la semiótica, la estructura de los mitos, la teoría de la información, la translingüística. Si hay un escritor cuyo universo narrativo pertenezca plenamente a este mundo de conflicto entre la realidad y el lenguaje (Un hombre pasa con un pan al hombro // ¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?) ese escritor es Italo Calvino. Toda su obra se debate entre los abstracto lingüístico y lo concreto narrativo. Aunque el sendero fuese trazado por Proust y Joyce, es en Calvino donde mejor se aprecia la insatisfacción de la cultura que experimenta el creador moderno. El lenguaje le es insuficiente para representar tanto las realidades del mundo interior como las subjetividades del alma humana. La ciudad es el símbolo de la literatura occidental, la ciudad, como el lenguaje, es producto del ser humano, «la ciudad es redundante: se repite para que algo llegue a fijarse en la mente» (Calvino: “Las ciudades invisibles”) La ciudad occidental es un entramado de vasos comunicantes, retícula especular que nos devuelve el mismo reflejo en Londres, París o Madrid. No hay perfiles singulares, no hay un rostro diferente. El lenguaje literario ya no designa, el automatismo significativo que le confiere la cultura le torna inválido. Percibamos lo acertado de Barthes en este texto: «La única reacción posible no es el desafío ni la destrucción sino, solamente, el robo: fragmentar el antiguo texto de la cultura, de la ciencia, de la literatura, y diseminar sus rasgos según fórmulas irreconocibles, del mismo modo en que se maquilla una mercadería robada». Leyendo a Borges o a Vila-Matas, a John Barth, por poner ejemplos, uno percibe la verdad del enunciado, son recreadores de cultura. Escritores condenados a morir estrangulados por sus propias palabras, textos que usan la manipulación de la perspectiva de la narración, la auto-conciencia, la descomposición de la ilusión de la identidad subjetiva unificada y coherente, la sutileza cultural como materia narrativa.

Argentina, México, Chile son países donde Europa vive. Ser escritor en Buenos Aires es ser escritor en París. Vivir la cultura agonizante de la vieja Europa, impregnada de cientifismo. Su literatura es, como en Europa, una manifestación de la crisis en la que se encuentran los grandes relatos de Occidente y su necesidad de una explicación racional de la realidad mediante el marxismo, el psicoanálisis, el estructuralismo... Novelas como Mantra (2001) del argentino Rodrigo Fresán o Mala Onda (1991), del chileno Alberto Fuguet son tan europeas como latinoamericanas, influjo manifiesto de la cultura anglosajona, el cine, la televisión o la problemática social.

Cierto día leí las aventuras de un tal Don Quijote de la Mancha, un caballero a quien la excesiva lectura de novelas de caballería le sorbió los sesos y pensé que el autor que había creado tal desbaratado personaje debía estar muy loco, algo que me confirmó estas palabras dichas por el tal Cervantes. “Para mí solo nació Don Quijote, y yo para él: él supo obrar y yo escribir, solos dos somos para en uno.” ( “Don Quijote” Capítulo LXXIV) Solo escribiendo como un loco o un buen salvaje, sólo escribiendo para sí mismo puede el narrador romper el estigma de la cultura que nos encadena. ¡Prometeo!. Frente al “grand recit” de Lyotard magníficamente expresado en la novela monológica de Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez que se establecieron como canón en la última mitad del pasado siglo, el caribe ha visto nacer una novela dialógica, lúdica, donde las voces llegan fragmentadas, frescas, discordantes como en un gran mural. Pero cuidado, la novela Caliban no es una novela de la ignorancia, ejemplos son “Tuyo es el reino” de Abilio Estévez, “Las andariegas” de Albalucía Angel o “La guaracha del macho camacho”, del boricua Luis Rafael Sánchez, una novela que hace trizas el discurso narrativo en lo sintáctico, lo temático y lo estructural.