LA CUARTA MUERTE DE CASIMIRO VENTURA
© Eduardo de Benito
Me llamo Casimiro Ventura. Soy corcovado. No un corcovado
más, soy especialmente diminuto. ¡Un enano!, diría yo. Así me hizo Dios, o el
vicio de mis padres que eran primos hermanos, vaya usted a saber. Paso el día
encerrado en casa. Mi paisaje es el cielorraso con manchas de humedad y las
tejas del edificio contiguo, donde los gatos pelean y se emparejan. Todas las
noches les pongo un plato con leche. Estoy solo, no tengo mujer que me grite ni
gato que me maúlle. Me he resignado. Por las noches trabajo en un “7 Eleven”,
eso me permite llevar a casa diarios y revistas con los que aprendo a escribir.
Soy feliz al imaginar historias, ese es mi paraíso. Aquella mujer vio tras el
mostrador un monstruoso insecto. Descansaba
sobre su espalda dura, y en forma de caparazón. Llamó airada al encargado, pero
nadie acudió. Reprimiendo un gesto de asco lo aplastó con la revista que acaba
de comprar. Esa noche los gatos se pasaron toda la noche maullando, en Praga se
habían acabado las botellas de leche.