"Le faux miroir" René Magritte |
El locuaz
chamarilero montó su tenderete en la plaza de unos de esos pueblos de España
llenos de modorra, donde el sol sale cada día por una esquina diferente. Sobre
la mesa ofrece la lámpara de Aladino, el cuerno del unicornio y la Oración
contra la Impotencia, primorosamente caligrafiada en su fábrica de rezos por
las monjas Sibaritas. Elipio, desde que enviudó, siente la soledad agarrada al
estómago como la coz de un buey. Por eso no pudo evitar detenerse cuando el
feriante anunciaba: "¿Soltero? Le doy a mi hija. ¿Mujeriego? Se la presto.
¡No es bueno que el hombre esté solo!".
Y Elipio compró una
caja, no una caja cualquiera, sino una preciosa caja de hojalata en cuya
cubierta estaba escrito: "Fantasías usadas". Pensó que tal vez en
ella reencontrase sus fantasías de mozo, la de aquella noche de fiesta en el
pueblo en que vio por primera vez a María y supo que quería estar a su lado toda
la vida, la de la boda que se retrasó por la muerte de su padre, la del hijo
que tanto desearon y que la maldita varicela les robó antes de nacer dejando a
María estéril.
En casa, abatido en
su abandono, abrió la caja y encontró en su interior una daga y un cuadernillo
con instrucciones para acabar con la soledad. Fiel a las indicaciones tomó la
daga y se la hincó en el costado izquierdo, cerca del corazón, para extraer la
costilla con que recobrar a la compañera perdida. Lo último que oyó fue la
sirena de una ambulancia. Cuando abrió los ojos María estaba allí.