La 1ª muerte de Casimiro Ventura

  

 Casimiro Ventura trajo a nuestro encuentro un curioso bastón de madera de ébano, que tenía una empuñadura de plata esculpida con un ángel caído, y me dijo que aquel bastón, digno de un coleccionista, había servido una vez para matar a un personaje notable. No le quise preguntar quién era el muerto y el pareció sentirse aliviado.

De pie, en la barra de aquel chiringuito del paseo de Recoletos, tenía Ventura mirada de pronóstico reservado. Las botellas de cerveza no mostraban ningún deseo de ser recambiadas y mi confianza en que pagase una segunda ronda comenzaba a desvanecerse. Ventura me sujetó del brazo y se inclinó para susurrarme al oído. “¿Ves a esa mujer tras el mostrador vestida de camarera?, se parece a Dorian Grey” “No es posible, porque tras el mostrador no hay ninguna mujer”, le dije. “Además, esa camarera, en caso de que exista, en nada se parece a Dorian Grey. Es Dorian Grey quien se asemeja a ese camarera”, añadí para corroborar mi convicción de que veía fantasmas.

Me cuenta Ventura, mientras se acaba su cerveza y busca con la mirada a la camarera que no es camarera, - por un momento temo que aparezca Oscar Wilde -, que el bastón estaba hundido en el cráneo del muerto, pero que alguien, viendo el valor de la pieza lo había tomado antes de que llegara la policía y lo había llevado a un tugurio de empeños de la calle Leganitos. “Allí lo encontré yo y supe inmediatamente que su poseedor gozaría de la eternidad”, me dice. “¿Quién era ese personaje notable a quien el bastón alejó de este mundo?”, ahora sí, le pregunté, interesándome por la historia. “Casimiro Ventura”, fue su respuesta. No necesitaba saber más. Tomé el bastón de encima del mostrador y hundí la empuñadura su cráneo. Cuando llegó la policía tuve que confesar la verdad. Casimiro Ventura se había suicidado.