Tristeando

La melancolía, ese estado del alma que en el pasado se consideró como un signo de genialidad y creación artística ha dado gustosos frutos en la literatura. Tristeza, melancolía, depresión es indisoluble de la obra de novelistas como Marcel Proust, su conciencia del pasado irrecuperable, un pasado siempre presente e imposible de rescatar, esa búsqueda del tiempo ido y añorado, fragmentos de una vida que fue gozosa pero fugitiva. La melancolía de Rilke, su angustia de ser feliz y la imposibilidad de hacer nada por conseguirlo, «desde hace dos años, estoy aquí tendido y no hago nada, como si intentara incorporarme agarrándome de uno o de otro que pasa por mi lado y viviendo del tiempo y de la capacidad de escuchar de aquellos a los que induzco a permanecer a mi lado. Es propio de este estado el que se transforme en una total enfermedad si es que dura demasiado. Yo me pregunto cada día si no estoy obligado a acabar con él a cualquier precio o de cualquier manera», escribe el poeta al psiquiatra que trata a Clara Westhoff, su mujer. Un sufrimiento del cuerpo y el alma, un estado de angustia que le lleva a plantearse el suicidio.

«Romances sans paroles» fue inspirado a Verlaine por la lectura de un verso de Rimbaud (Il pleut doucement sur la ville). El estado atmosférico del tiempo influye sobre nuestro ánimo, la lluvia mansa crea una pesadumbre vaga, nos provoca un estado tristísimos en que sentimos la monotonía de las horas, es «le plaisir de la tristesse» de Víctor Hugo, el reloj que devora nuestra vida y a cuyo transcurrir asistimos con pasividad, «et le Temp m’engloutit par minute» (Baudelaire). El spleen de vivir unido a los días sombríos del otoño.


La tristeza es el preámbulo de la melancolía como ésta lo es de la depresión. La tristeza se hermana con la sensibilidad, es el origen de los sentimientos nobles, es «la grande tristezza» de que hablara Dante como esencial a la verdadera dignidad y que no surge de una circunstancia especial sino de la existencia misma, un pensamiento que sirvió al filósofo Romano Guardino en su «Ritratto della malinconia» para destacar el papel categórico de la melancolía en la ascensión del hombre a las regiones más altas de su ser, la melancolía es la inquietud del hombre ante la vecindad de los Eterno. Escribe: «El anhelo de plenitud de valor y de vida, y de belleza infinita, unido profundamente con el sentimiento de la caducidad, la negligencia y el fracaso, y con la irreprimible nostalgia, el dolor y la inquietud que de ahí se deriva, eso es la melancolía» y también «la melancolía consiste en una opresión del espíritu, un peso grave sobre nosotros, que termina por aplastarnos». Nietzsche bautizó el espíritu de la melancolía como el demonio por excelencia.

Cesar Vallejo plasmó admirablemente la primera característica del melancólico, el hombre que huye de la compañía de otros hombres, el solitario que se abisma en su soledad, que encierra en sí mismo su «alma en conserva». El melancólico es el hombre apenado por excelencia, es la pena carnalizada, pena sin llanto, pena seca, inmensa y destructora, que nuevamente expresa Vallejo:

Se diría que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena.

El triste, el melancólico padece una enfermiza añoranza de lo ido, vive en el recuerdo. «¡Dormirse en el olvido del recuerdo, en el recuerdo del olvido!», es Miguel de Unamuno quien manifiesta la ensoñación del hombre que tristea. El verbo «tristear» no existe en castellano, injusticia del lenguaje que nunca alcanza a reflejar los estados del alma. Estoy tristeando es la expresión correcta para el que se deja llevar por la corriente de la melancolía hasta ese punto en que el dolor nos hunde en prolongada pesadumbre. Entonces la vida carece de interés, nace el sentimiento de vacío y fracaso, y la única salida que ve el melancólico, siempre insatisfecho, es la muerte. La tristeza tornó acres las mieles, aplastó la uva de su vida en expresión de John Kyats en «Oda a la melancolía»

ay, in the very temple of Delight
veil'd Melancholy has her sovran shrine,
though seen of none save him whose strenuous tongue
can burst Joy's grape against his palate fine:
his soul shall taste the sadness of her might,
and be among her cloudy trophies hung

¡Ay! en el mismo templo de la Delicia
la velada Melancolía tiene su trono soberano
no visto por nadie salvo aquel cuya poderosa lengua puede aplastar la uva de la Alegría contra su fino paladar:
su alma probará la tristeza de su poder
y quedará expuesto entre sus sombríos trofeos.

Una obra capital sobre la melancolía es la de Robert Burton «The Anatomy of Melancholy» (Anatomía de la melancolía. ISBN: 84-921633-7-2) publicada en Londres en 1621, del que extraigo una frase de tremenda brutalidad: «Si es que hay un infierno en la tierra, debe estar en el corazón del hombre melancólico»

Si todos los poetas han sucumbido al encanto de la melancolía, fueron sin duda los metafísicos ingleses, y especialmente John Donne, los que mejor expresaron la desolación del hombre que con conciencia reflexiva se siente separado del mundo, una melancolía muy diferente de la de los poetas románticos, que buscan y se solazan en la tristeza. El poeta Jacob Michael Reinhold Lenz, figura ejemplar del romanticismo alemán, podía escribir: «¡Dolor, Dios mío, dolor, y no consuelo, es lo que necesito!» tras su estancia en Edimburgo y su adhesión al «Sturm und Drang». Melancolía de lo imposible, de la imaginación desatada, de la flor azul de Novalis, esencia de un arte imposible en el que se reconcilian el mundo interior y exterior: «Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín donde se abre la flor azul del sueño de Novalis» (Alejandra Pizarnik – Pavana para una infanta difunta)

El filósofo Xavier Zubiri decía que «se es así, melancólico, por una inclinación innata, sin razón alguna» cuando estudiaba la obra se Sören Kierkegaard, un pensador que tenía a gala su melancolía: «Desde mi infancia, he vivido bajo el imperio de una inmensa melancolía cuya profundidad encuentra su única expresión verdadera en la facultad que me ha sido acordada en un grado inmenso de disimularla, bajo la apariencia de alegría y goce de vivir» El melancólico se siente cómodo en su soledad, ese es el aspecto patológico de la melancolía. Para Kierkegaard la melancolía es el abismo de la profunda desesperación, se siente desgarrado entre el deseo de absoluto y lo inasible de ese deseo.