He seguido
la huella de sus versos hasta la ciudad de Londres. He caminado sobre
los mismos adoquines de Fitzroy Road que ella pisó. Me he detenido,
abrazado por la niebla, frente a la puerta de su casa que tantas veces
debió cruzar. He exhalado el aire que ella respiró alguna vez. Pero no
me di cuenta de la intensidad de mi amor hasta que puse mi oído sobre la
acera para escuchar el eco de sus pisadas y el eco repetía con terqued
ad sus versos:
“Morir es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien”