Fascismo en la literatura francesa


U
na de las historias más sugerentes de Jean Paul Sartre es la contenida en el cuento «La infancia de un jefe», novela de iniciación que rompe los moldes de este género literario. En este cuento Sastre nos presenta la gestación de un caudillo, de un jefe en el más puro estilo nazi. Lucien, el protagonista, hijo de una familia acomodada y conservadora, se debate con desesperación contra la idea que tiene de sí mismo, la convicción de no ser nadie, que le lleva a reafirmarse en sus valores sociales, el desprecio por los extranjeros, la familia como baluarte de Occidente, la jerarquía social, el rechazo de toda ambigüedad sexual y que se materializa en pensamientos como «Lucien soy yo, alguien que no puede soportar a los judíos».

El ideal masculino de Lucien es el político y novelista Maurice Barrés, ultranacionalista francés que fundamentó su literatura sobre el patriotismo y la sangre de los antepasados, una especie de herencia biológica que da sentido a la vida. Aquel que respeta la patria y la tradición es un hombre completo, aquel otro que apuesta por el desorden lleva una infeliz existencia sin esperanza. El pensamiento filonazi tenía una importante trayectoria en la Francia republicana y liberal en figuras de tanto peso como el escritor Charles Maurras, miembro de «L’Academie française» y fundador de «L'Action Française», el filósofo sindicalista Georges Sorel o el escritor Joseph de Gobineau que con su famoso «Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas» estableció la tesis de que la diferencia física entre las razas humanas conlleva jerarquías intelectuales y morales bien diferenciadas.

El Lucien del cuento me recuerda al escritor Drieu de la Rochelle, que al igual que el protagonista sartriano tiene la convicción de su debilidad, de su «no ser nada». Escribió la Rochelle sobre sí mismo: «Yo era débil, profundamente débil. Hijo de pequeños burgueses atemorizados, pusilánimes. En mi infancia soñaba con una vida sosegada, confinada»

Del mismo modo que Lucien imagina encontrar en el suicidio la liberación Drieu de la Rochelle, que se suicidó en 1945 tras la liberación de Paris, hace decir a unos de sus personajes en «Relato secreto»: «No creía en absoluto, al matarme, hallarme en contradicción con la idea de inmortalidad que siempre había sentido viva en mí». La Rochelle fue un escritor sagaz, inteligente, posiblemente el primer europeo que admiró y publicó un trabajo sobre Jorge Luis Borges (1933) a quien conoció durante su estancia en Argentina, país al que acudió para reencontrarse con su antigua amante Victoria Ocampo, con la que había mantenido un idilio durante la estancia de la escritora en París entorno a 1929.

Robert Brasillach es sin duda el caso más trágico de los escritores que apoyaron la invasión nazi de Francia. Este brillante novelista, sin duda el rostro más perturbador del intelectual fascista, murió fusilado a la edad de 36 años la madrugada del 6 de febrero de 1945 por orden expresa del general Charles de Gaulle, tras ser sometido a una parodia de juicio que criticó la mayoría de los intelectuales franceses por la indefensión a que se sometió al escritor. No hubo instrucción del caso y como prueba acusatoria únicamente sus artículos en el semanario « Je suis partout» del que era director. Cientos de firmar de intelectuales, entre otros André Malraux, Albert Camus, Jean-Louis Barrault, Jean Anouilh y Arthur Honegger, pidieron a de Gaulle la absolución (Sartre y Simone de Beauvoir se negaron a firmar). Las guerras despiertan la barbarie y los vencedores dan siempre muestra de la irracionalidad humana. Otro ejemplo, aunque menos dramático que el de Brasillach fue el de dramaturgo Sacha Guitry, encerrado como una bestia en una jaula del zoológico de París para ser contemplado por el público acusado de colaboracionista. No podemos olvidar que escritores del peso de la novelista Margarite Duras, de Thierry Maulnier o de Malraux simpatizaron con Vichy, que la prestigiosa Académie Goncourt colaboró abiertamente con los invasores, que el dibujante Hergé (padre del foxterrier Tintin) dibujaba viñetas en el diario colaboracionista «Le soir» o que el norteamiericano Ezra Pound tenía un programa en la radio a favor de Mussolini y que el belga Georges Simenon (padre del inspector Maigret) escribía en la prensa furibundos artículos antijudíos.

Existe actualmente en Francia una Asociación de amigos de Brasillach que concede desde 1972 un premio de ensayo a trabajos críticos sobre la poesía, novela y teatro de este escritor.

Encuentro el caso de Brasillach realmente interesante, pues de los cerca de 50.000 franceses condenados por colaboracionistas y los 1.500 ejecutados Brasillach es el único que lo fue no por sus acciones sino por sus palabras. Se le acusó de exacerbar el discurso del odio. Brasillach no delató, no torturó, no combatió, no asesinó, solamente escribió y lo hizo defendiendo aquellos valores que el estimaba como acertados. ¿Se puede ejecutar a un intelectual por lo que escribe?