Apocalipsis urbano, de Metrópolis a Acrópolis




Hipodamo de Mileto fue el primer urbanita de la historia, el primer hombre que soñó recuperar en la polis el paraíso perdido. Para este griego el universo tiene su reflejo en lo urbano, el día y la noche, el sol, la luna y los planetas, todo lo grande y lo chico caben en la ciudad. Hipodamo realizó el primer planteamiento urbanístico de la historia, concibió las calles que se cruzan en ángulo recto, las manzanas rectangulares, la morfología urbana. Con el tiempo la ciudad llegó a ser un laberinto mágico y mítico. Ciudades reales y ciudades literarias. La ciudad sobre la que se interroga Geroge Perec en Especies de espacios: “Una ciudad: piedra, cemento, asfalto. Desconocidos, monumentos, instituciones. Megalópolis. Ciudades tentaculares. Arterias. Muchedumbres. ¿Hormigueros? ¿Qué es el corazón de una ciudad? ¿El alma de una ciudad? ”

La ciudad en construcción simbólica, la que habitamos y la que soñamos, la sensual y la literaria. En algunos momento de la historia este sueño se ha quebrado, la ciudad se hizo perturbadora y no existe ninguna novelación utópica que no haya situado su sociedad ideal en comunión con la naturaleza. Quizás porque las utopías surgen en momentos de profunda crisis social. El norteamericano Henry David Thoreau, en 1854, conmocionado por la guerra de su país contra Méjico escribió Walden. Este hombre, pionero en la desobediencia civil, narra la vida en un bosque alejado de la civilización. La novela más popular de Aldous Huxley, Un mundo feliz, fue escrita en 1932 como consecuencia del gran crak que sobrevino tras la Primera Guerra Mundial. Y la Segunda Guerra Mundial alumbró 1984 de Orwel y Walden Dos del psicólogo B.F. Skinner. Comunión con la naturaleza porque las utopías, siendo emplazamientos sin lugar real, mantienen con el espacio real de la sociedad una relación general de analogía como nos enseñó Michel Foucault (De los espacios otros). Thoreau, un filósofo que siente la naturaleza como una experiencia vital; Skinner, un científico de la conducta humana y Huxley, un humanista, necesitan alejarse de la ciudad para construir la sociedad en armonía con la naturaleza. La ciudad es demasiado perturbadora. Pero nosotros buscamos la Metrópolis de Fritz Lang o las calles de Los Ángeles en Blade Runner, no la ciudad-estado de Platón en La República y menos La ciudad de Dios que imaginara San Agustín. Queremos ser habitantes de una ciudad como Estridentópolis, multitudinaria, absurda y estridente en aquella percepción letrada de los estridentistas mexicanos liderados por Manuel Maples Arce o viajeros en cualquiera de Las Ciudades invisibles que ideó Italo Calvino y, por qué no, en una ciudad continua, uniforme que va cubriendo el mundo, megápolis constituida por infinidad de micrópolis conectadas por autovías virtuales.

“Ya no hay plazas en las que convergen las calles,
Ya no hay calles empedradas que relucen bajo la lluvia,
Ya no hay jardines delante de las casas,
Ni setos de espino blanco que las separen,
Ya no hay casas con tejas de color naranja,
Ya no hay chimeneas que humean de otoño a primavera,
Ya no hay vecinos,
Ya no hay aceras”
Ciudades imaginarias © JEAN-LUC OUTERS

Ciudad espacio, espacios habitados por cuerpos. Texturas, red por la que los cuerpos se desplazan. La naturaleza que podemos ranaturalizar o desnaturalizar es la ciudad que podemos construir o descontruir, el cuerpo que podemos lacerar, aniquilar o regenerar. Metrópolis, necrópolis, ciudad de vivos, ciudad de los muertos. La muerte es el destierro de la ciudad a esa otra ciudad extramuros. Cuerpos urbanos que no desean sino la belleza y la juventud eterna. Una estética del desvestimiento, cuerpo vacío, obsceno, cuerpo muerto. La necrópolis es la ciudad que no queremos habitar. Allí se está solo, alejado, no de los otros, sino de sí mismo. Suprimir, exorcizar, matar la muerte.

Un hombre gris avanza por la calle de niebla;
No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío
© LUIS CERNUDA