La mímesis ha muerto. ¿Quién la mató?


¿Es la escritura el modelo del mundo? ¿La realidad, estando más allá del texto, es accesible por alguna vía distinta de la de la escritura? No son preguntas vanas, la posmedernidad se funda en ellas. Perspectiva de la creatividad contemporánea, una postura antidiscursiva, una parodia de la realidad. Mojones en el pasado: Tristam Shandy de Laurence Steme, Jack el fatalista de Diderot, La metamorfosis de Kafka, Joyce, algo de Becket , algo de noveau roman.

Admitimos que el lector tiene competencias, escuela de la recepción, una doble productividad plasmada en el trabajo de escribir y de interpretar. La obra literaria no se completa sin el lector. Grabado a fuego sobre la frente de todo novelista: «La obra literaria la hace el lector». Una estética en la que no
cabe el contínum narrativo, se impone la escritura fragmentaria, el narrador compulsivo y frente a él un lector no pasivo, capaz de rehacer lo fragmentado. Entre lo concebido como materia de la novela y su expresión escrita se produce una diferencia, entre lo plasmado en la escritura y lo interpretado por el lector una segunda diferencia, ahí está la verdadera obra. El crítico literario soñó ser más grande que el novelista, al interpretar el texto lo rescribía, lo dotaba de sentido en un nuevo texto refundado.

Intertextualidad, plagio y autoreferencia, palabras claves para todo novelista que quiera ser considerado en la actualidad. Intertextualidad y plagio se han disuelto en una misma esencia, libertad para tomar material ajeno e incorporarlo al texto propio. Se cita, se copia, se toman fragmentos de otros textos y se construye la obra propia con esa argamasa como pegamento para las piedras del edificio. La originalidad ha perdido su valor, es una virtud obsoleta y como tal hiede. Enterrémosla bajo un aluvión de fragmentos de las obras de otros autores, enfrentemos esos fragmentos, mostremos sus contradicciones, operemos sobre la cultura como el doctor Frankenstein actuaba sobre los cuerpos de los muertos, construyendo un ser artificial pero dotado de vida propia, un semidiós.

Y si no nos place tan sugerente programa echemos mano de la autoreferencia. Escribo: esto es el primer grado del lenguaje. Luego escribo que escribo es el segundo grado. Un discurso sobre el discurso. Ya en su Tractatus logicus philosophicus Wittgenstein se preguntaba, "¿por qué no ha de haber un modo de expresión mediante el que me sea posible hablar sobre el lenguaje?". La literatura se denuncia a sí misma como fábula, una ficción que tiene por objeto la propia ficción, un bazar de textos que cuentan historias relativas al modo en que se construyen las historias. El autor nos alerta sobre el código narrativo centrando el discurso en ese código. En la novela En-nadar-Dos-Pájaros (At swim-Two-Birds) el escritor irlandés Flann O'Brien crea un argumento de autoreferencia in extremis, que Borges resumía del siguiente modo: Un estudiante de Dublín escribe una novela sobre un tabernero de Dublín que escribe una novela sobre los parroquianos de su taberna (entre quienes está el estudiante), que a su vez escriben novelas donde figuran el tabernero y el estudiante.
La novela de autoreferencia puede resumirse en un texto que más allá del relato del narrador leemos otro relato incluido dentro del mismo que narra lo mismo que el narrador, pero refiriéndose además al narrador mismo. La literatura reflejada sobre sí misma, contemplándose arrogante en el espejo de su propio corpus. ¿Qué es la literatura de la posmodernidad? Dejemos la respuesta a Barthes "la literatura misma, o más exactamente, en su límite extremo, en esta zona asintomática en la que la literatura parece que se destruya como lenguaje-objeto sin destruirse como metalenguaje, y en la que la búsqueda de un metalenguaje se define en última instancia como un nuevo lenguaje objeto", o dicho de otro modo, ese territorio donde la literatura es auténticamente creadora y no vulgarmente mimética. En el siglo XXI la mímesis ha muerto. Post cogitio, post escriptum, post partum.

Fotografias: Idris Khan